El que guarda su boca guarda su alma. Proverbios 13:3
El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño. 1 Pedro 3:10
La palabra a su tiempo, !cuán buena es! Proverbios 15:23
En las obras del poeta griego Homero podemos leer frecuentemente la expresión: "Él dice con palabras aladas", que quiere decir: hablar sin reflexionar en las consecuencias.
Buenas palabras que enuncian cosas justas y verdaderas liberan al que escucha, si están dichas con gracia (Colosenses 4:6). Un día u otro todos hemos experimentado consuelo o gozo mediante buenas palabras dichas en el momento oportuno, ante todo si venían del Señor. "Tu dicho me ha vivificado" (Salmo 119:50).
En cambio, !qué estragos puede producir la lengua, ese minúsculo miembro!. La Escritura la compara con el fuego: "!Cuán grande bosque enciende un pequeño fuego" (Santiago 3:5). Con rapidez se dicen palabras que parecen tener poca importancia, pero una vez pronunciadas, pronunciadas esán. Al salir de nuestra boca siguen su camino, lo queramos o no. Una frase desagradable, una insinuación pérfida, una información acusadora, así empiezan las "palabras aladas" su vuelo nefasto, y a veces acarrean consecuencias incalculables.
Entonces, ¿cómo guardar la "lengua del mal"? (Salmo 34:13): estando ocupados con el bien y buscando la comunión con el Señor Jesús, porque "de la abundancia del corazón habla la boca" (Lucas 6:45).
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