No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás. Éxodo 20:4-5
Este segundo mandamiento es la consecuencia lógica del primero: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3). Si se debe reconocer a Dios como único Dios, también sólo él debe ser adorado. Dios, quien es espíritu, ¿Podría ser reducido a cualquier representación material de su persona, es decir, a una imagen o a una estatua de madera o de metal? La Biblia recuerda qué es un ídolo: “Los ídolos de ellos son… obra de manos de hombres. Tienen boca, mas no hablan; tienen ojos, mas no ven; orejas tienen, mas no oyen...” (Salmo 115:4-8). Adorar a esos objetos es una ofensa a Dios. El culto a las imágenes fue muy practicado en Egipto, donde los hebreos permanecieron varios siglos; la idolatría también reinaba en Canaán, adonde iban estos mismos hebreos a quienes Dios dirigía su ley.
Hoy, ¿Qué decir de la popularidad de ciertos objetos a los cuales se les atribuye el poder de proteger y dar buena suerte? A parte de eso notamos una especie de «divinización» de ciertas celebridades. Además, los placeres, el dinero, las distracciones, el juego, etc., logran dominarnos de tal modo que pueden transformarse en «ídolos».
“Huid de la idolatría” (1 Corintios 10:14). Sí, Dios exige exclusividad, pues aborrece toda forma de idolatría. Se reveló en Jesucristo como un Dios directamente accesible. Todo aquel que se acerca a él con humildad y sinceridad puede orar y adorarle sin necesidad de intermediarios.
Este segundo mandamiento es la consecuencia lógica del primero: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3). Si se debe reconocer a Dios como único Dios, también sólo él debe ser adorado. Dios, quien es espíritu, ¿Podría ser reducido a cualquier representación material de su persona, es decir, a una imagen o a una estatua de madera o de metal? La Biblia recuerda qué es un ídolo: “Los ídolos de ellos son… obra de manos de hombres. Tienen boca, mas no hablan; tienen ojos, mas no ven; orejas tienen, mas no oyen...” (Salmo 115:4-8). Adorar a esos objetos es una ofensa a Dios. El culto a las imágenes fue muy practicado en Egipto, donde los hebreos permanecieron varios siglos; la idolatría también reinaba en Canaán, adonde iban estos mismos hebreos a quienes Dios dirigía su ley.
Hoy, ¿Qué decir de la popularidad de ciertos objetos a los cuales se les atribuye el poder de proteger y dar buena suerte? A parte de eso notamos una especie de «divinización» de ciertas celebridades. Además, los placeres, el dinero, las distracciones, el juego, etc., logran dominarnos de tal modo que pueden transformarse en «ídolos».
“Huid de la idolatría” (1 Corintios 10:14). Sí, Dios exige exclusividad, pues aborrece toda forma de idolatría. Se reveló en Jesucristo como un Dios directamente accesible. Todo aquel que se acerca a él con humildad y sinceridad puede orar y adorarle sin necesidad de intermediarios.
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