Al terminar el año, Señor, te diré sólo dos palabras. Quiero que sean sinceras y sencillas.
En el silencio de la soledad te digo en primer lugar, desde lo más profundo de mi corazón: Gracias
Gracias, Señor, por todo lo que en este año me has concedido, porque te lo he pedido, por todo lo que me has dado sin habértelo rogado, por todo lo que me has otorgado sin haberlo merecido.
Gracias por la salud, por el bienestar, por las alegrías y las satisfacciones.
Gracias también por la enfermedad, por las penas y los sufrimientos. Aunque me cuesta trabajo, Señor, te agradezco esto último. ¡Tú sabes lo que hiciste!
Gracias por el rayo de esperanza que me iluminó, por aquella mano que me levantó, por ese consejo que me guió, por aquellas palabras que me alentaron, por esa sonrisa que me alegró, por aquellos brazos que me recibieron.
Pero sobre todo, te doy gracias, Señor, por la fe que tengo en ti. En este tiempo, un tanto confuso, -aunque lleno de esperanzas- es a veces difícil creer. Te confieso sinceramente; no siempre he sabido cómo actuar, qué hacer, a dónde ir. Sin embargo, sigo teniendo fe en Ti.
Te doy gracias, porque en las tinieblas me has iluminado, porque en las caídas me has levantado, porque has perdonado mis pecados.
Te doy gracias, Señor, por todo aquello que ignoro y de lo cual debo darte gracias.
Te doy gracias, Señor, por mis amigos
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