Hacia el año 1563, Don Antonio de Santana, jefe español del pueblo de Sutamarchán, lleva a la capilla de su pueblo una imagen que, con el apoyo del Hermano Andrés Jadraque. O.P., ha ordenado pintar al artista Alonso de Narváez en Tunja. El encargo era pintar la Virgen del Rosario, pero como sobraba tela a los lados, Alonso pintó al lado derecho a San Antonio de Padua, fraile Franciscano, por ser el nombre del encomendero y, al lado izquierdo, a San Andrés, apóstol, por ser el nombre del fraile que lo agenciaba. El cuadro es colocado en la Capilla de Sutamarchán pero, como el techo era de paja, poco a poco le empezaron a caer goteras y, unos años después, la pintura estaba casi borrada. En 1578, el cuadro estaba tan borroso y deteriorado que el párroco, Padre Leguizamón, lo hace quitar del altar y lo envía a la finca que el Sr. Santana tiene en Chiquinquirá: la “Aposentos”. En 1585, llega de España una mujer humilde llamada María Ramos, familiar de la esposa de Don Antonio de Santana, y se va a trabajar como doméstica a la casa de ellos en Chiquinquirá. Allí, ella encuentra el cuadro que había sido quitado de la Capilla de Sutamarchán hacía siete años por estar demasiado viejo y borrado, pero que ahora sí estaba bastante deteriorado. La piadosa mujer lo observa y, al ser informada de que en un tiempo fue una imagen de la Santísima Virgen, se dedica a quitarle el polvo y la mugre, y lo cuelga en una especie de marco. María Ramos pasa largos ratos de rodillas allí ante el borroso cuadro en oración, pidiendo que pueda contemplar claramente a la Virgen. Dice la crónica de aquel tiempo: “así las cosas, el día 26 de diciembre de 1586, a eso de las 9 de la mañana, pasaba una indígena cristiana llamada Isabel que llevaba en la mano a su hijo de 4 años llamado Miguel y, al pasar por frente a la Capilla, vio cómo la imagen de la Madre de Dios estaba en el suelo despidiendo de sí un resplandor celestial. Quedó asombrada la indígena y dijo en altas voces a María Ramos: ‘mire señora que la Madre de Dios se ha bajado del sitio donde estaba y parece que se está quemando’. En ese instante, María Ramos vio que la imagen de la Santísima Virgen estaba completamente renovada”. El suceso de la renovación se conoció por todos los alrededores y, por las muchas señales y prodigios, comenzó la veneración a la Virgen, que ha ido aumentando día a día. Pío XI, a solicitud del arzobispo de Santafé de Bogotá (en ese entonces, Chiquinquirá pertenecía a la Arquidiócesis de Bogotá), concedió en 1829 que se honrara a la Santísima Virgen con la singular solemnidad de oficio y misa propios, bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, y la declaró Patrona principal de la Arquidiócesis de Bogotá. El 9 de julio de 1919, todos los obispos de Colombia, reunidos con el Presidente de la República, Marco Fidel Suárez, la declararon Patrona principal de Colombia. Nos decía Pío XII: “Colombia es jardín mariano, entre cuyos santuarios domina, como sol entre las estrellas, Nuestra Señora de Chiquinquirá”. El 3 de julio de 1986 el Papa Juan Pablo II visitó el santuario y oró por la paz de Colombia a los pies de la Virgen María.
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