Solemnidad. Cada 29 de junio, en la solemnidad de san Pedro y san Pablo, apóstoles, recordamos a estos grandes testigos de Jesucristo y, a la vez, hacemos una solemne confesión de fe en la lglesia única, santa, católica y apostólica. Ante todo es una fiesta solemne de toda la lglesia. El Papa de la misericordia, Francisco, nos envía su santa bendición y a la vez nos dice que "al recordar a los santos Pedro y Pablo asociamos también a María imagen viva de la lglesia, esposa de Cristo, que los dos apóstoles plantaron con su sangre. San Pedro conoció personalmente a María y en diálogo con Ella, especialmente en los días que precedieron a Pentecostés (Hch 1, 14), pudo profundizar el conocimiento del misterio de Cristo. San Pablo, al anunciar el cumplimiento del designio salvífico en la plenitud del tiempo, no dejó de recordar a la mujer de la que el Hijo de Dios había nacido en el tiempo (Gál 4, 4). María, Pedro y Pablo: son nuestros compañeros de viaje en la búsqueda de Dios; son nuestras guías en el camino de la fe y de la santidad; ellos nos conducen a Jesús, para hacer todo lo que El nos pide. Invoquemos su ayuda para que nuestro corazón pueda estar siempre abierto a las sugerencias del Espíritu Santo y al encuentro con los hermanos". San Pedro y san Pablo sufrieron el martirio en Roma. La tradición cristiana siempre ha considerado inseparables a estos dos santos y pilares de la lglesia representando todo el Evangelio de Cristo: el primero, entre los años 54 y el segundo, hacia el año 67. San Pedro murió crucificado, cabeza abajo cerca del lugar que ocupa la Basílica Vaticana, edificada sobre su sepulcro. San Pablo murió decapitado, según la tradición, junto a la vía Ostiense, a cinco kilómetros de Roma, cerca de la Basílica construida sobre su sepulcro.
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