Apóstol de los gentiles. Nació probablemente en el año 8 en Tarso de Cilicia (Hch 22, 3). Judío de la tribu de Benjamín, se instruyó en la Ley de Moisés con el fariseo Gamaliel en Jerusalén. Luego ingresó a la rigurosa secta de los fariseos, convirtiéndose en un perseguidor y enemigo de Cristo. Fue a Damasco a arrestar a todos los judíos que confesaran a Jesús, pero Dios decidió mostrar su misericordia y paciencia con Saulo y, al acercarse a Damasco, una luz del cielo brilló sobre él y sus compañeros, cegándolo por tres días. Por revelación de Cristo, el cristiano Ananias fue al encuentro de Saulo, quien recuperó la vista y se convirtió, recibiendo el Bautismo y predicando en las sinagogas al Hijo de Dios, con gran asombro de sus oyentes. El Papa Francisco, al predicar sobre conversión de San Pablo, comentó: "Soy el menor de los apóstoles (...) porque he perseguido a la Iglesia de Dios, pero por su gracia soy lo que soy (1 Cor 15, 9-10). Así resume el apóstol Pablo el significado de su conversión, que tuvo lugar tras el encuentro fulgurante con Cristo resucitado (1 Cor 9,1), en el camino de Jerusalén a Damasco, no es principalmente un cambio moral, sino una experiencia transformadora de la gracia de Cristo, y al mismo tiempo la llamada a una nueva misión, la de anunciar a todos a aquel Jesús a quien antes perseguía, hostigando a sus discípulos. En ese momento, de hecho, Pablo entiende que entre el Cristo eternamente vivo y sus seguidores hay una unión real y trascendente: Jesús vive y esta presente en ellos y ellos viven en Él. La vocación a ser un apóstol no se funda en los méritos humanos de Pablo, quien se considera menor e indigno, sino en la bondad infinita de Dios, que lo eligió y le confió el ministerio".
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