La figura del Bautista parece irse desvaneciendo a medida que va surgiendo el Mesías esperado: Jesús. Sin embargo, el mayor de entre los profetas no dejó de hacer oír su voz donde fuera necesaria para reprochar los caminos del mal. Reprobó públicamente el comportamiento pecaminoso de Herodes Antipas y de su cuñada, Herodías. El venerable Papa Benedicto XVI comentó el acontecimiento del martirio de este profeta: "Juan Bautista comienza su predicación bajo el emperador Tiberio, en los años 27-28 d.C., e invita abiertamente a la gente que se reúne para escucharlo a preparar el camino para acoger al Señor y a enderezar los caminos desviados de la propia vida a través de una conversión radical del corazón. Pero el Bautista no se limita a predicar la penitencia y la conversión, sino que, reconociendo a Jesús como el Cordero de Dios que vino a quitar el pecado del mundo, tiene la profunda humildad de mostrar en Jesús al verdadero enviado de Dios, poniéndose a un lado para que Cristo pueda crecer, ser escuchado y seguido. Como último acto, el Bautista testimonia con la sangre su fidelidad a los mandamientos de Dios, sin ceder o retroceder, cumpliendo su misión hasta las últimas consecuencias". Tras ser decapitado, su cabeza habría sido trasladada a la Iglesia de San Silvestre, en el Campo Marcio, en Roma.
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