Después de haber celebrado la Solemnidad de la Epifanía, se le da paso a la Fiesta del Bautismo del Señor que, como las bodas de Caná y la adoración de los Magos de Oriente, es otra de las manifestaciones del Señor Jesús, no obstante, esta fiesta está revestida de sentido, porque con ella finaliza el Tiempo de Navidad y comienza el Tiempo Ordinario, espacio necesario para preparar lo que va a ser la Cuaresma y la Pascua.
Con Adán se había cerrado la posibilidad de contemplar la Gloria de Dios, porque el pecado había herido de muerte a la humanidad y las tinieblas del error provocaron que la soberbia condujera al hombre a la independización de Dios, en otras palabras, al sin sentido. El ser humano es libre, si, pero no independiente, porque su mayor dependencia, al ser creado a imagen y semejanza de Dios, está en Dios. Por eso el Señor Jesús, de manera callada, ha ido mostrando la sencillez de su Majestad y en ella se ha permitido revelar el sentido de su Presencia en medio del mundo: restaurar lo perdido e instaurar su Reino en medio de los que siguen buscando, aunque desorientados, el camino que conduce a la casa del Padre.
Juan el Bautista afirmó que él no era el Mesías, pero su tarea se centró en dar cumplimiento a la Palabra de Dios a través del profeta cuando dice: "Voy a enviar a mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino. Voz del que clama en el desierto: Prepara el camino del Señor, endereza sus sendas" (Is 40, 3). Juan ha bautizado y los que se han lavado en las aguas del Jordán han querido aceptar que es necesario el arrepentimiento para dar paso a la conversión; sin embargo, todos los esfuerzos del Bautista apuntan a que los judíos lleguen a reconocer a su Mesías y puedan llegar a disfrutar de los privilegios de ser pueblo escogido de Dios. Juan quería que Israel volviera a asumir como suyo el Pacto que Dios había hecho con ellos, pero para que eso fuera posible, era necesario enderezar las sendas y recorrer el camino que Dios mismo trazó para que la Salvación fuera plena y la plenitud transformara el universo entero.
Juan se declaró esclavo, porque la tarea de desatar el calzado solo estaba dirigida a aquellos que dedicaban sus días a llevar a cabo la voluntad de sus amos; en este caso particular, Juan quiso disminuirse para que la Voluntad de Dios no perdiera su eficacia y llegara a ser absoluta en todo ser humano. Asimismo, Jesús aceptó la invitación de Juan, no por que necesitara arrancar de su ser el pecado, lo que Él realmente quería era afirmar el camino que le había trazado el Bautista y revestir a la creación con su Gracia, con su Palabra y en últimas con la Presencia del Reino, a través del anuncio de la llegada de la Buena Nueva de Dios.
La comunión de la Trinidad se hizo presente porque una vez Jesús emergió del agua, el Espíritu Santo se posó sobre Él y la voz del Padre corroboró su deseo de ver a su pueblo asumir su condición de hijo en su Hijo predilecto, en quien tiene toda su complacencia. Jesús no necesita ser purificado, lo que Él realmente quiere es que el mundo no se vuelva a desviar y que sepa asumir con valentía el camino que lleva al sacrificio; en otras palabras, a la plena configuración con el que ha hecho posible que los cielos se rasguen y vuelvan a estar abiertos, para la entrada de todos aquellos que decidieron lavarse y convertirse para hacerse uno con su Maestro
Juan el Bautista dijo que el que venía detrás de él bautizaría con Espíritu Santo y fuego, y Jesús, con la Presencia del Padre y el aleteo de la Paloma, nos dejó como fuente de Gracia y vida nueva el Sacramento del Bautismo. El Sacramento es un signo visible de una realidad invisible, es decir, el Sacramento le devuelve al hombre lo que había perdido y lo capacita asumir con total responsabilidad su condición de hijo de Dios. Quien se ha hecho uno con Cristo es una nueva creatura, lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado (2 Co 5, 17). El bautizado queda revestido de Cristo, dicho de otra manera, no está solo y la Gracia que reposa en él le confiere la potestad de enfrentar la cotidianidad con las herramientas necesarias, que se deben usar en su debido momento. El Espíritu Santo llega, pero no llega solo, trae consigo siete dones y doce frutos, para hacer de quien los ha recibido digno templo de su Presencia.
Hermanos, esa es la obra que Dios desde el principio ha querido realizar en su creatura; por tanto, es necesario abrir el corazón de par en par, para que la voz del Padre resuene en el interior del hombre y escuche de labios de Dios que se siente complacido por haber aceptado su Voluntad y que espera que al final del camino se puedan fundir en un abrazo de amor y de completa la satisfacción, porque uno de sus predilectos ha sabido luchar para alcanzar corona de gloria que no se marchita.
Con Adán se había cerrado la posibilidad de contemplar la Gloria de Dios, porque el pecado había herido de muerte a la humanidad y las tinieblas del error provocaron que la soberbia condujera al hombre a la independización de Dios, en otras palabras, al sin sentido. El ser humano es libre, si, pero no independiente, porque su mayor dependencia, al ser creado a imagen y semejanza de Dios, está en Dios. Por eso el Señor Jesús, de manera callada, ha ido mostrando la sencillez de su Majestad y en ella se ha permitido revelar el sentido de su Presencia en medio del mundo: restaurar lo perdido e instaurar su Reino en medio de los que siguen buscando, aunque desorientados, el camino que conduce a la casa del Padre.
Juan el Bautista afirmó que él no era el Mesías, pero su tarea se centró en dar cumplimiento a la Palabra de Dios a través del profeta cuando dice: "Voy a enviar a mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino. Voz del que clama en el desierto: Prepara el camino del Señor, endereza sus sendas" (Is 40, 3). Juan ha bautizado y los que se han lavado en las aguas del Jordán han querido aceptar que es necesario el arrepentimiento para dar paso a la conversión; sin embargo, todos los esfuerzos del Bautista apuntan a que los judíos lleguen a reconocer a su Mesías y puedan llegar a disfrutar de los privilegios de ser pueblo escogido de Dios. Juan quería que Israel volviera a asumir como suyo el Pacto que Dios había hecho con ellos, pero para que eso fuera posible, era necesario enderezar las sendas y recorrer el camino que Dios mismo trazó para que la Salvación fuera plena y la plenitud transformara el universo entero.
Juan se declaró esclavo, porque la tarea de desatar el calzado solo estaba dirigida a aquellos que dedicaban sus días a llevar a cabo la voluntad de sus amos; en este caso particular, Juan quiso disminuirse para que la Voluntad de Dios no perdiera su eficacia y llegara a ser absoluta en todo ser humano. Asimismo, Jesús aceptó la invitación de Juan, no por que necesitara arrancar de su ser el pecado, lo que Él realmente quería era afirmar el camino que le había trazado el Bautista y revestir a la creación con su Gracia, con su Palabra y en últimas con la Presencia del Reino, a través del anuncio de la llegada de la Buena Nueva de Dios.
La comunión de la Trinidad se hizo presente porque una vez Jesús emergió del agua, el Espíritu Santo se posó sobre Él y la voz del Padre corroboró su deseo de ver a su pueblo asumir su condición de hijo en su Hijo predilecto, en quien tiene toda su complacencia. Jesús no necesita ser purificado, lo que Él realmente quiere es que el mundo no se vuelva a desviar y que sepa asumir con valentía el camino que lleva al sacrificio; en otras palabras, a la plena configuración con el que ha hecho posible que los cielos se rasguen y vuelvan a estar abiertos, para la entrada de todos aquellos que decidieron lavarse y convertirse para hacerse uno con su Maestro
Juan el Bautista dijo que el que venía detrás de él bautizaría con Espíritu Santo y fuego, y Jesús, con la Presencia del Padre y el aleteo de la Paloma, nos dejó como fuente de Gracia y vida nueva el Sacramento del Bautismo. El Sacramento es un signo visible de una realidad invisible, es decir, el Sacramento le devuelve al hombre lo que había perdido y lo capacita asumir con total responsabilidad su condición de hijo de Dios. Quien se ha hecho uno con Cristo es una nueva creatura, lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado (2 Co 5, 17). El bautizado queda revestido de Cristo, dicho de otra manera, no está solo y la Gracia que reposa en él le confiere la potestad de enfrentar la cotidianidad con las herramientas necesarias, que se deben usar en su debido momento. El Espíritu Santo llega, pero no llega solo, trae consigo siete dones y doce frutos, para hacer de quien los ha recibido digno templo de su Presencia.
Hermanos, esa es la obra que Dios desde el principio ha querido realizar en su creatura; por tanto, es necesario abrir el corazón de par en par, para que la voz del Padre resuene en el interior del hombre y escuche de labios de Dios que se siente complacido por haber aceptado su Voluntad y que espera que al final del camino se puedan fundir en un abrazo de amor y de completa la satisfacción, porque uno de sus predilectos ha sabido luchar para alcanzar corona de gloria que no se marchita.
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