Buga (Valle del Cauca, Colombia) era una población recién fundada a finales del siglo XVI. Una mujer sencilla, que trabajaba de lavandera, ahorraba dinero, con el fin de encargar una imagen de Jesús Crucificado. Al cabo de unas semanas, ya tenía el dinero suficiente para adquirir la imagen, setenta reales en moneda de la época. Pero supo que un hombre estaba preso, víctima de un infame usurero, a quien le debía precisamente la suma ahorrada. Entonces, el dinero para comprar el crucifijo lo utilizó para dar la libertad al preso. Siguió lavando ropa en el río Guadalajara. Un día, entre las aguas del río, la mujer observa un objeto curioso. Es un pequeño crucifijo de madera, el cual, emocionada, lo toma en sus brazos. Lo lleva a su choza, lo guarda en una caja de madera y empieza a venerarlo con su sencilla piedad. Una noche, la mujer oyó que la caja, dentro de la cual había introducido el crucifijo, traqueaba, crujía con extraño ruido. Se acercó y comprobó un raro suceso: la imagen estaba creciendo. Los vecinos, enterados del hecho, reclamaron, para pública veneración, esa singular imagen. La imagen creció y la tuvieron que sacar de la urna en que la había puesto la mujer. La gente de los alrededores de Buga empezó a venerar la imagen. Se le atribuían muchas intervenciones milagrosas. Sin embargo, la piedad del pueblo fue indiscreta. Arañaron la imagen para llevarse trocitos como reliquias, lo cual condujo a un notable deterioro del Crucifijo. El daño que se le hizo fue tal que un visitador eclesiástico ordenó quemar esa imagen, por lo que la arrojaron a las llamas. Milagrosamente, no se quemó, sino que empezó a sudar y la gente empapaba algodones en el sudor. La imagen fue sacada de las llamas y se arregló. Cuando los vecinos de Buga quisieron construir un templo en el lugar del milagro, tropezaron con la dificultad de que no podían levantarlo en el lecho del río. Cuentan que, un día, éste cambió de cauce, desviándose hacia el lugar por donde hoy corren las aguas. Entonces, se construyó la “Ermita”, donde se veneró el Señor de los Milagros, hasta que, en 1907, surgió la actual monumental Basílica. En 1937, el Papa Pío XI, por medio de su secretario, el cardenal Pacelli (futuro Papa Pío XII), expidió un decreto por el cual proclamaba que al templo dedicado al Señor de los Milagros de Buga se le concedía el título de Basílica.
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