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La Salvación de Dios no tiene límites ni fronteras

"Fijate, oh Dios, en nuestro escudo; mira el rostro de tu Ungido, pues vale más un día en tus atrios que mil en mi casa". 
(Sal 83, 10-11)

Hermanos, la liturgia de hoy nos recuerda la universalidad de la salvación de Dios, y con el salmo se expresa un deseo latente en la Iglesia: lograr que todos los pueblos alaben al Señor y se dejen abrazar por su misericordia. Sin embargo, el apóstol Pablo y, de manera especial, la actitud de Jesús en el Evangelio nos previenen de emprender una cruzada de imposición de la fe a los demás, y más bien nos sugieren la solidaridad y la caridad como el mejor método misionero. Pablo enfatiza que es Voluntad de Dios que su misericordia alcance a todos, sin excepción; por tanto, es nuestro deber ofrecer diversas alternativas de conversión y sanación a todos aquellos que aún no han conocido su amor. Por su parte, Jesús se abre a la petición de una mujer que no hace parte de su credo ni de su cultura, pero es igualmente una hija de Dios, y a través ella el Señor revela que la acción del Padre no es privilegio de aquellos que tienen una vida socialmente aceptable, sino que es patrimonio irrevocable y abierto toda la humanidad. Esta mujer cananea abre hoy los ojos de la Iglesia, para que comprenda que en el mundo no hay superiores e inferiores, ni amigos y enemigos, sino una comunidad que debe aprender a vivir como hermanos que se alimentan del mismo pan. Sigamos con atención los Evangelios de esta semana, pues nos ayudarán a reconocer cómo potenciar nuestro servicio evangelizador desde el amor uníversal y no desde una falsa idea de superioridad personal y comunitaria.

¿Cómo tener una Navidad feliz? - Diciembre 23

"Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en El perezca, sino que tenga vida eterna" 
(Jn 3, 16). 

Mientras la mayoría de cristianos se alegran por el tiempo de la Navidad, una minoría de fieles cristianos viven con amargura estas ferias navideñas por alguna razón o circunstancia negativa experimentada en su vida. Sin embargo, oramos por estos hermanos nuestros que sufren en su cuerpo y en su alma esta situación amarga o dolorosa y les proponemos tener una Navidad feliz en el Señor, Con fervor lo plantea el Papa Francisco quien manifiesta que "este acontecimiento se renueva hoy en la Iglesia, peregrina en el tiempo: en la liturgia de la Navidad, la fe del pueblo cristiano revive el misterio de Dios que viene, que toma nuestra carne mortal, que se hace pequeño pobre para salvarnos. Y esto nos llena de emoción, porque la ternura de nuestro Padre es inmensa. Los primeros que vieron la humilde gloria del Salvador, después de María y José, fueron los pastores de Belén. Reconocieron la señal que los ángeles les habían dado y adoraron al Niño. Esos hombres humildes, pero vigilantes, son un ejemplo para los creyentes de todos los tiempos, los cuales, frente al misterio de Jesús, no se escandalizan por su pobreza, sino que, como María, confían en la Palabra de Dios y contemplan su gloria con mirada sencilla. Ante el misterio del Verbo hecho carne, los cristianos de todas partes confiesan, con las palabras del evangelista Juan: Hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14). Queridos hermanos, he aquí la razón o motivo para cambiar nuestra tristeza en gozo y nuestra amargura en paz, pues tenemos la esperanza puesta en el Señor que acoge aquella circunstancia negativa para sacar de allí algo bueno o noble y glorificarse en nuestra vida. !Ánimo! No estamos solos. Dios el Emmanuel, el Dios con nosotros.

La Fe: Don de Dios fundamental para nuestra Salvación - Diciembre 19

"El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará" 
(Mc 16,16). 

Sabemos que la fe es un don que Dios nos regaló en el día de nuestro Bautismo; sin embargo, algunos no saben o no recuerdan qué es la fe. “La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros. La fe es una adhesión personal del hombre entero a Dios que se revela. Comprende una adhesión de la inteligencia y de la voluntad a la Revelación que Dios ha hecho de sí mismo mediante sus obras y sus palabras" (CIC, 166 y 176). Queridos lectores, la fe es necesaria para nuestra salvación, ya que sin ella obramos movidos por nuestros caprichos y no conforme a la Voluntad de Dios. Por ejemplo, este Tiempo de Adviento y de ferias próximas a la Navidad requiere de nuestra fe para esperar preparados y con alegría el acontecimiento del Nacimiento del Señor. Sin fe, preparamos solo lo externo: las casas, las calles, los alumbrados, la ropa nueva del estrene, la comida y bebida, pero no lo fundamental, que es el alma, un buen examen de conciencia para una santa Confesión, la Santa Eucaristía dominical y de la noche de Navidad. Recordemos las palabras de Santo Tomás de Aquino: "La fe [...] es un gusto anticipado del conocimiento que nos hará bienaventurados en la vida futura".

Ustedes son la sal del mundo

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero, para que alumbre a todos los de la casa. Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos". Mateo 5, 13-16

Todos como cristianos, estamos llamados a ser la sal del mundo. Tiene que notarse. Tenemos que dejar nuestra vida de comodidad y aportar algo, así sea un granito de arena para la construcción del Reino de Dios. Nuestros hermanos tienen que notar que irradiamos el amor a Dios, que es el amor al prójimo. Nuestra manera de pensar, de vestir, de actuar, de vivir, nos descubre inmediatamente. 

Por otro lado, es curioso que cuando alguno empieza a dejar que Jesús se transparente en su vida, a pesar de las persecuciones, Dios lo pone siempre en un lugar más alto, para que sea un verdadero modelo de la vida en abundancia que Dios mismo nos ofrece. Nuestra Iglesia necesita de tu vida de santidad, de tu testimonio; no escondas a Jesús, déjalo obrar en tu vida, para que se note.

La escala de Richter

Si fueren destruidos los fundamentos, ¿Qué ha de hacer el justo? Salmo 11:3

El Dios de toda gracia… él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca. 1 Pedro 5:10

La escala de Richter mide la intensidad de los terremotos. Si existiese un instrumento para medir lo que hoy en día sacude las bases morales por ejemplo de un hogar, detectaríamos muchos cataclismos. Todo lo que parecía estable es puesto en duda. Nuestro mundo está lleno de violencia, de falsedad. “Temblará la tierra como un ebrio” (Isaías 24:20).

Pero, ¿Qué puede hacer un creyente en un mundo así? No gran cosa. Sin embargo, puede seguir confiando en Dios y vivir en rectitud, absteniéndose del mal, ¡Y eso es un punto importante! No podemos cambiar el mundo, pero debemos resistir al mal en nuestra vida. Esta forma de vivir, aunque sea discreta, puede ejercer una gran influencia a nuestro alrededor.

La Biblia nos advierte que en el mundo el mal aumentará en intensidad antes de que Cristo vuelva para reinar. Por lo tanto nosotros, los creyentes, no nos asustemos si vemos aumentar la inmoralidad y la violencia. Nuestra presencia en el mundo no será inútil si somos testigos de Cristo, el Príncipe de paz. Él da la paz a todo el que confía en él, la paz de la conciencia y del corazón, incluso en los momentos más difíciles. La Biblia dice: “Absteneos de toda especie de mal. Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará” (1 Tesalonicenses 5:22-24).

EL DECÁLOGO

Los Mandamientos de la ley de Dios son diez: Los tres primeros pertenecen al honor y amor de Dios, y los otros siete al provecho del prójimo.

1. Amar a Dios sobre todas las cosas.
2. No jurar su santo Nombre en vano.
3. Santificar las fiestas.
4. Honrar a padre y madre.
5. No matar.
6. No fornicar.
7. No hurtar.
8. No levantar falso testimonio ni mentir.
9. No desear la mujer del prójimo.
10. No codiciar los bienes ajenos.

No basta creer para salvarse, pues dice Jesucristo: Si quieres salvarte, cumple los mandamientos.

«Lo haré, pero no enseguida»

Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. 1 Juan 5:11-12

El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él. Juan 3:36

Al final de una predicación un joven se acercó al predicador y le dijo: –Usted tiene razón, debo convertirme a Jesucristo… Lo haré, pero no enseguida; todavía quiero aprovechar un poco de la vida.
El predicador le respondió: –¿Sólo un poco? ¡Qué falta de ambición, querido amigo! ¡Acuda a Jesús y tendrá la vida eterna!

Quizá nuestro lector ha oído el Evangelio, siente el peso de sus pecados, la necesidad de arrepentirse y aceptar el perdón de Dios, pero teme que tal decisión lo comprometa a llevar una vida de ermitaño, triste y sin gozo. Usted se equivoca, o más bien, Satanás, el enemigo de su alma, trata de impedirle, mediante tales pensamientos, acudir a Jesús. Intenta retenerle aturdiéndole con placeres pasajeros que a menudo tienen un sabor amargo; y de aventuras en desilusiones, el tiempo pasa… Deténgase ahora, escuche la voz de su conciencia y la advertencia de Aquel que le dice: “¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Marcos 8:36).

Ante Dios usted está muerto en sus “delitos y pecados” (Efesios 2:1). Crea en el Hijo de Dios, acepte sin tardar la vida eterna, ese don gratuito. Entonces podrá aprovechar “las abundantes riquezas de su gracia” y andar “en vida nueva” (Romanos 6:4).

El Precio de Nuestra Salvación

Por precio fuisteis comprados. 1 Corintios 7:23
¡Qué precio pagó el Señor Jesús cuando murió en la cruz del Gólgota! Él fue hecho hombre para poder ir a la cruz. Allí fue dejado solo. Los seres humanos le rodeaban como enemigos. El cielo no le respondió cuando él exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”.

Proféticamente David expresó la queja del Señor, diciendo: “Me han alcanzado mis maldades, y no puedo levantar la vista. Se han aumentado más que los cabellos de mi cabeza” (Salmo 40:12). “Estoy hundido en cieno profundo, donde no puedo hacer pie; he venido a abismos de aguas, y la corriente me ha anegado” (Salmo 69:2).

Jesús fue clavado y elevado en una cruz. En esos momentos el cielo se cerró ante él. Allí, colgado entre el cielo y la tierra, terminó muriendo bajo el castigo de Dios, porque Él cargó nuestros pecados sobre Jesús, haciéndolo pecado por nosotros. Este fue el precio que Jesús pagó por nuestra salvación. Fue el precio del amor. En el Cantar de los Cantares se dice: “Fuerte es como la muerte el amor… sus brasas, brasas de fuego, fuerte llama. Las muchas aguas no podrán apagar el amor” (8:6-7). Las olas de Dios que sumergieron a nuestro Salvador no pudieron apagar su amor.

Cuando reflexionamos en todo esto, ¿no nos olvidamos de nosotros mismos? ¡Pensemos en él y adorémosle!
Clavado en cruz Jesús murió,
Por mi maldad allí sufrió;
En mi lugar Él se encontró,
Mi salvación así compró.