“Me invocará y lo escucharé; lo defenderé, lo saciaré de largos días”. (Sal 90, 15-16)
Con el Tiempo de Cuaresma comenzamos un camino espiritual que, bien vivido, producirá en nosotros un cambio. Para iniciar este recorrido, el libro del Deuteronomio nos recuerda la forma en la que el pueblo de Israel agradece a Dios: reconociendo que es Él quien les provee todo y que por eso es merecedor de las primicias. Gracias a las capacidad que Dios nos ha dado, podemos estudiar, trabajar y hacer todo cuanto podemos; agradezcámosle a Él y brindémosle algo de nuestro trabajo, ofrendando con el corazón y ofreciendo lo mejor de nosotros a Él y a los demás. Por otro lado, San Lucas nos muestra que el enemigo desea hacernos ver que el plan de Dios no tiene sentido para la vida del ser humano; por eso hace que las tentaciones sean "apetecibles". El enemigo nunca nos va a ofrecer una tentación "despreciable"; todo está basado en las necesidades, sueños y aspiraciones del ser humano: comida, poder, placer, etc. Una cosa es que tengamos necesidades básicas para vivir, otra cosa es que creamos que lo material, todo lo que la vida, el cuerpo y la sociedad nos ofrecen, sea conveniente; vivamos todo a su justa medida y dentro de lo debidamente razonable. Jesús vivió y se alimentó, pero en el desierto, al sentir hambre, pudo demostrarle al enemigo que "No solo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4, 4). Palabra que, según San Pablo, está al alcance de todos y que, guardándola en el corazón, nos da la posibilidad de profesar que Jesús es el Señor y que su Señorío nos llevará a la salvación. Hermanos, atendamos con diligencia la Palabra de Dios y dejemos que sea Ella la que nos lleve a confesar con valentía que Jesús es el Señor y no defrauda.
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