"Sé la roca de mi refugio, un baluarte donde me salve, Tú que eres mi roca y mi baluarte; por tu Nombre dirigeme y guíame".
(Sal 30, 3-4)
Hermanos, la liturgia de hoy nos presenta el discernimiento como hábito constante del cristiano, para obrar siempre en fidelidad al Evangelio. El libro del Eclesiástico deja claro que el hombre es responsable de sus actos y ser fiel a Dios es una decisión que debe tomar por sí mismo. Creado en libertad y con capacidad para optar por el bien, el ser humano debe asumir las consecuencias de sus actos sin culpar a otros o a Dios mismo. Sin embargo, el mal es sutil para seducirnos, por ello conviene recordar la petición del salmista y suplicar al Señor que sea Él quien muestre el camino a seguir. San Pablo irá más allá en esta propuesta, al decir que tal revelación nos llega gracias al Espíritu, pues Él es capaz de entrar a lo profundo de Dios y puede revelarnos los secretos de su corazón para conducirnos como conviene. Si nos acogemos a Él, podremos llevar a cabo la propuesta de Jesús de dar un "sí" rotundo a la vida y un "no" enfático a todo lo que represente muerte, tomando distancia de todo aquello que disminuye nuestra condición de Hijos de Dios. ¿Cómo lograr tal nivel de discernimiento? Prestemos atención a la lectura de la Carta de Santiago que haremos durante la semana, pues el autor ofrecerá criterios de discernimiento para crecer en la relación personal con Dios y mejorar el testimonio de la comunidad eclesial, actuando movidos siempre por un sincero deseo de agradar a Dios. Pidamos al Espíritu el don del discernimiento, para que en nuestra vida cotidiana, en público y en privado, siempre actuemos de manera transparente, buscando ser fieles al Evangelio y trabajando por el bien de todos.
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