Triduo Pascual

El Triduo pascual comprende el tiempo que media entre la misa vespertina De la Cena del Señor y las segundas vísperas del Domingo de Resurrección. Se le denomina ‘Triduo del Crucificado, Sepultado y Resucitado’, porque conmemora estos misterios de la vida de Cristo, y Triduo pascual porque con su celebración se actualiza y realiza el misterio de la Pascua de Cristo, es decir, su tránsito de este mundo al Padre. El triduo sacro conmemora los grandes misterios salvíficos realizados por el Señor durante los últimos días de su vida: la institución de la Eucaristía, su Pasión y Muerte, y su Resurrección. Todos estos misterios forman una unidad: el Misterio pascual, que aparece en todas las celebraciones, aunque cada una acentúe alguno de sus aspectos. Este misterio es un acontecimiento absolutamente singular, que habiéndose realizado en un momento de la historia, “no puede permanecer solamente en el pasado, pues con su muerte (Cristo) destruyó nuestra muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la vida” (Catecismo, n. 1085).

a) La misa de la Cena del Señor del Jueves Santo
El Jueves Santo conmemora un triple misterio: la institución de la Eucaristía, la institución del sacerdocio y el mandato del amor fraterno. En la celebración actual destacan los siguientes elementos: 1) las oraciones expresan el significado de la celebración, insistiendo sobre el aspectos sacrificial y nupcial del banquete eucarístico. 2) Las lecturas recogen la institución de la primera pascua (Ex 12, 1-8.11-14), la institución de la eucaristía (1Cor 11,23-26), el lavatorio de los pies (Jn 13,1-15); 3) el lavatorio de los pies; 4) el prefacio de la institución de la eucaristía; 5) la concelebración. El rito del lavatorio de los pies es una catequesis sobre la eucaristía y una parábola gestual del mandamiento nuevo, un símbolo del servicio y amor de Cristo, que no ha venido a ser servido sino a servir (Mt 20,28). Durante los siglos XIII y XV se afianzó la costumbre de trasladar solemnemente las Sagradas Especies a un sagrario provisional, donde se guardaban para ser adoradas por los fieles y servir para la comunión del día siguiente. Con el desarrollo de la devoción eucarística, a mediados del siglo XIII, el sagrario provisional cobró especial relieve y aparecieron manifestaciones populares como las luces, flores etc. La desvestición del altar, al finalizar la misa, expresa simbólicamente el despojamiento de Cristo. La liturgia actual exhorta a los fieles a dedicar “algún tiempo de la noche a la adoración del Santísimo Sacramento. Si se prolonga más allá de medianoche, debe hacerse sin solemnidad”, pues ya ha comenzado el día de la Pasión del Señor.

b) La celebración del Viernes Santo en la Pasión del Señor
La Iglesia conmemora en el Viernes Santo su nacimiento del costado de Cristo en la Cruz e intercede por la salvación del mundo, a la vez que medita la Pasión de su Señor y adora la santa Cruz. La hora más apropiada para la celebración es entre las tres y las cinco de la tarde. La reforma del concilio Vaticano II ha respetado la costumbre tradicional de no celebrar la eucaristía en este día, pero ha introducido variaciones importantes. La solemne liturgia de este día tiene tres partes:

La liturgia de la Palabra (Is 52,13-53.11; Heb 4,14-16; 5,7-9; Jn 18,1-19,42) a la que sigue la homilía y las oraciones solemnes.

La adoración de la Cruz surge en el siglo IV en Jerusalén, y entra en la liturgia romana en el siglo VII. Se muestra a los fieles desvelándola progresivamente mientras se canta tres veces el Ecce lignum crucis (‘Este es el árbol de la Cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo’). La adoración, salvo en caso de una gran multitud, se ha de hacer personalizada, y la verdad del signo exige que sea única.

La Comunión: el rito es muy simple y sigue el esquema general de la liturgia eucarística, comenzando por la oración dominical, pero no se da el signo de la paz.

c) El Sábado Santo
“Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro de su Señor, meditando su pasión y muerte y su descenso a los infiernos; y esperando en la oración y el ayuno su resurrección”. Tradicionalmente este es un día en el que nos se celebra la eucaristía y sólo se permite la comunión en forma de viático; respecto de los demás sacramentos sólo se administran el de la penitencia y la unción de los enfermos.

d) La vigilia pascual
La vigilia pascual es la noche en la que la Iglesia celebra la resurrección del Señor con los sacramentos de la iniciación cristiana mediante los cuales los cristianos se introducen en el Misterio Pascual de Cristo, muriendo y resucitando con Él, y esperando la última y definitiva venida del Resucitado. Como la Resurrección de Cristo es el fundamento de la fe y esperanza cristianas, esta solemnidad es la más importante de todo el año litúrgico. La naturaleza y elementos celebrativos de la misma exigen que se celebre durante la noche. La vigilia pascual tiene cuatro partes:
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1. La liturgia de la luzLa bendición del fuego y la bendición del cirio.

El cirio encendido simboliza a Cristo, luz del mundo que, por su Resurrección, disipa las tinieblas del corazón y del espíritu. La veracidad del signo pide que sea de cera, nuevo cada año, único y relativamente grande.

La procesión con el cirio: del mismo modo que los israelitas fueron guiados durante la noche por una columna de fuego, los cristianos siguen a Cristo que los ilumina con la luz de su Resurrección en el éxodo de su vida hacia la patria definitiva. Las velas de los que celebran la vigilia se encienden en el cirio pascual, manifestando así que los cristianos son hijos de la luz, y que la luz que llevan desde su bautismo viene de Cristo. La verdad del signo pide que en este momento continúen apagadas las lámparas eléctricas.

El pregón pascual: el precioso texto de este canto se remonta a San Ambrosio. Es una pieza lírica de gran belleza y gira en torno a tres bloques: la pascua de la antigua alianza, una súplica de bendición sobre el cirio, con referencia a la resurrección en las imágenes de la llama y de la cera; y oraciones por la Iglesia y la paz del mundo.

2. La liturgia de la Palabra
La liturgia de la Palabra prepara a revivir sacramentalmente la Muerte y Resurrección de Cristo, haciendo memoria de los principales acontecimientos de la historia de la salvación. Están previstas siete lecturas del AT y dos del NT. De este modo, la Iglesia, “comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas” (Lc 24,27), interpreta el Misterio Pascual de Cristo. La cumbre de la liturgia de la Palabra se alcanza con la proclamación del evangelio, al que sigue siempre la homilía.

3. La liturgia bautismal
La vigilia pascual se consideró desde sus orígenes como el marco más adecuado para celebrar el Bautismo. Por eso se recomienda que en la vigilia se bauticen a niños y se culmine la iniciación cristiana de adultos. La vigilia pascual tiene siempre una liturgia bautismal, cuyos elementos principales, si no se confiere el bautismo, son los siguientes: bendición del agua y renovación de las promesas bautismales, que es ratificada con la aspersión del agua, memoria del propio bautismo.





4. La liturgia eucarística
La celebración eucarística es la cumbre de la vigilia, por ser la Eucaristía el sacramento pascual por excelencia, la memoria del sacrificio de la cruz, la presencia de Cristo resucitado, consumación de la iniciación cristiana y prenda de la pascua eterna.

Finalmente, según el Calendario Romano, “los cincuenta días desde el Domingo de Resurrección hasta el de Pentecostés se celebran como un solo día de fiesta e incluso como el gran domingo”. Como señaló ya Tertuliano en el siglo III, la pascua cristiana se prolonga cincuenta días, durante los cuales la Iglesia celebra el misterio de la glorificación de Cristo, que se inicia con su Resurrección y se consuma con el envío del Espíritu Santo tras su Ascensión a la derecha del Padre. Este misterio de glorificación de Cristo produce una inefable alegría en la Iglesia, porque es el reencuentro nupcial de la Esposa con su Esposo, convertido en Señor del universo con su Ascensión al cielo y presente, a la vez, en la historia como salvador y restaurador por la fuerza del Espíritu.

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