Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; más el que fornica, contra su propio cuerpo peca. 1 Corintios 6:18
A José, uno de los hijos de Jacob, sus hermanos lo detestaban, por eso decidieron deshacerse de él vendiéndolo como esclavo. De esta manera fue llevado a Egipto. Allí Potifar, oficial de Faraón, lo compró. Luego, viendo que José trabajaba con celo y rectitud, lo ascendió a mayordomo. Entonces la mujer de Potifar intentó seducirlo varias veces, pero José rechazó la tentación tajantemente. Enfadada por verse rechazada, la mujer se vengó y mediante un falso testimonio consiguió que José fuese condenado por la falta que no quiso cometer. Lo encarcelaron, pero Dios nunca abandonó a su fiel testigo e hizo que prosperase aún más.
Queridos jóvenes creyentes, sigamos el ejemplo de José. Desde la creación del hombre Dios limitó las relaciones sexuales al contexto de la pareja, entre marido y mujer (Génesis 2:24). Esta ordenanza fue confirmada en Éxodo 20:14: “No cometerás adulterio”, completada en Deuteronomio 22:13-29 y vuelta a comentar por Jesús mismo (Mateo 19:2-9). El Espíritu indica categóricamente a toda la asamblea de Jerusalén que uno debe abstenerse de la fornicación (Hechos 15:28-29), y el apóstol Pablo lo repetirá a menudo en sus epístolas.
Aquel o aquella que no sigue la corriente de este mundo en el ámbito de la sexualidad puede ser ridiculizado o acosado, pero será feliz obedeciendo a su Salvador, quien se lo ordena por su bien y, por supuesto, por el bien de los hogares, de los niños y de la sociedad en general.
© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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