…la esperanza puesta delante de nosotros (por Dios). La cual tenemos como segura y firme ancla del alma. Hebreos 6:18-19
¡Qué gran tempestad debieron afrontar los pasajeros y la tripulación del barco que condujo al apóstol Pablo a Roma! Habían intentado todo para evitar el naufragio. Como último recurso, los marineros echaron cuatro anclas, única solución para evitar que el navío se rompiese al chocar contra la costa rocosa que estaba muy cerca, “y ansiaban que se hiciese de día” (v. 29).
En la vida del creyente a veces hay tormentas tan violentas que sólo queda un recurso: echar el ancla de la fe, es decir, poner toda su confianza en Dios.
Así se pueden ilustrar las cuatro anclas del cristiano en la adversidad:
– Dios ha permitido que pase por esta prueba; mi paz interior está fundada en esta certeza: estoy dirigido por su voluntad.
– Me guarda con amor; él mismo me conduce tomando mi mano.
– Este ejercicio de formación será de bendición para mí, pues estoy en su escuela.
– En el momento oportuno me dará la salida de la manera que haya previsto. ¡Ayúdame, Señor, a ser paciente hasta ese momento!
Creyentes, no dudemos en echar esas cuatro anclas de la fe mientras esperamos la respuesta del Señor Jesucristo; esta actitud lo glorificará.
“Sometida a prueba vuestra fe… sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Pedro 1:7).
Fuente: © Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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