La Humildad en nuestros corazones

Una de las grandes ataduras para crecer en la vida espiritual es el pensar que nosotros somos buenos, y peor aún, que somos mejores que muchos de los que nos rodean. 

Recuerdo bien las palabras de un santo sacerdote que decía: "Si Dios le hubiera dado a esta persona, a la que yo consideraba menos que yo, todos los dones y gracias que me ha dado a mí, ya sería santa". Es por ello que uno de los dones que tenemos que pedir con más insistencia es el de la humildad, el saber reconocer que lo más seguro es que los demás sean incluso mejores que yo; que muchas de las gracias que Dios nos ha dado para crecer no las hemos aprovechado, que ya las hemos desperdiciado inútilmente; que los hermanos, probablemente con menos gracias que las mías, están buscando con todo su corazón salir también de su pecado y de sus debilidades; en una palabra, que no soy menos pecador ni más santo que ninguno de los que conviven conmigo.

Cuando uno llega a tener esta concepción de sí mismo entiende el gran amor que Dios tiene por uno, que siendo lo que es, sólo polvo delante de él, Dios me ama y perdona. Esta comprensión hace que nazca en el corazón una profunda compasión por los demás. 

Sólo quien se sabe pecador experimentará el gozo del perdón, y sólo quien ha experimentado el gozo del perdón experimentará la felicidad que da el mostrar misericordia hacia los demás. ¿En qué concepto te tienes tú mismo?

Señor, te amo por sobre todas las cosas y te pido que me concedas que pueda vivir con humildad la vida que me has concedido. Ayúdame a descubrirte en todas las personas que encontraré durante este día que me concedes vivir.

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