Celebramos hoy la función sacerdotal de Jesús, quien, ofreciéndose a sí mismo, se constituye en Sumo y Eterno Sacerdote. Si de manera ordinaria hay que orar por los sacerdotes para que puedan realizar su ministerio con la misma alegría que Cristo, se nos propone, como un día especial, pedir al Señor que actualice, en cada uno de nuestros sacerdotes, la gracia que recibieron el día de su ordenación y los configure a su imagen para amar a la comunidad y así poder continuar ofreciéndole el sacrificio agradable a Dios: la Eucaristía. Los sacerdotes de todo el mundo encuentran su referencia ministerial en el Sacerdocio de Cristo. Por ello, cuando el sacerdote ejerce una acción sacramental es el Señor quien la realiza. Así cuando bautiza es Salvador quien bautiza, cuando consagra el vino y el pan, es el mismo Maestro quien lo realiza. Por esta razón, en muchas partes del mundo, este día es considerado como la fiesta del sacerdote ministerial, pero también es una buena oportunidad para reflexionar sobre el sacerdocio común de los fieles. La carta a los Hebreos es el único libro del Nuevo Testamento que manifiesta que Jesús era sacerdote. A partir de esa afirmación, nos podemos preguntar lo siguiente: ¿cómo es el sacerdocio de Jesucristo? El autor de la carta responde que Jesús se convirtió en sacerdote al resucitar. Al no nacer de la tribu de Leví (propia de los sacerdotes), abolió la exclusividad y abrió el sacerdocio a todos los hombres. Todos los bautizados participamos del sacerdocio común de Cristo. Jesús no fue “ordenado” sacerdote con un rito especial, sino que llegó a serlo por cumplir fielmente la voluntad de Dios, mostró que todos los cristianos, cuando practicamos el amor al prójimo y obedecemos al Padre que está en el cielo, ejercemos la misma clase de sacerdocio que Él nos enseña en su Palabra.
Tomado: Revista Minutos de Amor / Junio 26
No hay comentarios:
Publicar un comentario