Sagrado Corazón de Jesús - Junio 27

Por: Beato Juan Pablo II
Celebramos la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Este Corazón comenzó a latir en el seno de María Santísima y, desde entonces, le ha traído al mundo el fuego del amor de Dios. Esta devoción encierra un mensaje para todo hombre, habla también al mundo de hoy. En una sociedad en la que lo virtual se desarrolla a un ritmo creciente y la gente se siente atraída por una infinidad de intereses, a menudo contrastantes, el hombre corre el riesgo de perder el centro de sí mismo. 

Al mostrarnos su Corazón, el Señor nos recuerda ante todo que allí, en la intimidad de la persona, es donde se decide el destino de cada uno, la muerte o la vida en sentido definitivo. Él mismo nos da en abundancia la vida, que permite a nuestro corazón, endurecido a veces por la indiferencia y el egoísmo, abrirse a una forma de vida más elevada. El Corazón de Cristo crucificado y resucitado es la fuente inagotable de Gracia, donde todo hombre puede encontrar siempre. Esta es la verdad que proclamamos. ¡Cuánta sangre se ha derramado injustamente en el mundo! ¡Cuánta violencia, cuánto desprecio por la vida del prójimo! ¡Cuántas personas mueren o asesinan en un país gracias a que sus reyes, primeros ministros, presidentes o senadores se van a países extranjeros a pasear y gestionar el desempleo de sus compatriotas solo para darles unas ganancias adicionales a sus “amigos”! 

Esta humanidad, a menudo herida por el odio y la violencia, necesita experimentar, ahora más que nunca, la eficacia de la Sangre redentora de Cristo, la cual no fue derramada en vano, sino que porta toda la fuerza del Amor de Dios y es prenda de esperanza, de rescate y de reconciliación. Pero, para sacar de esta fuente, es necesario volver a la Cruz de Cristo, fijar la mirada en el Hijo de Dios, en su Corazón traspasado. Al pie de la Cruz, estaba María, copartícipe de la Pasión de su Hijo. Ella ofrece su Corazón de Madre como refugio a todo el que busca perdón, esperanza y paz, lo cual queda plenamente manifestado en la fiesta de su Corazón Inmaculado. María enjugó la Sangre de su Hijo crucificado. A Ella le encomendamos la sangre de las víctimas de la violencia para que sea rescatada por la que Jesús derramó para la salvación del mundo. 

La celebración de la consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús fue establecida para toda la Iglesia por León XIII con la carta encíclica Annum sacrum. En ella, nos impulsa en primer lugar a dar gracias «al que nos ama y nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre» (Ap 1,5-6). Esta feliz circunstancia es, además, muy oportuna para reflexionar en el significado y el valor de ese importante acto eclesial.

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