Miércoles de Ceniza
Hoy, marcados por el austero símbolo de la Ceniza, entramos en el tiempo de Cuaresma, comenzando un itinerario espiritual que nos prepara para celebrar dignamente los misterios pascuales. La ceniza bendita impuesta sobre nuestra cabeza es un signo que nos recuerda nuestra condición de criaturas, nos invita a la penitencia y a intensificar el compromiso de conversión para seguir cada vez más al Señor. La Cuaresma es un camino, es acompañar a Jesús que sube a Jerusalén, lugar del cumplimiento de su misterio de pasión, muerte y resurrección; nos recuerda que la vida cristiana es un “camino” por recorrer, que no consiste tanto en una ley que debemos observar, sino en la persona misma de Cristo, a quien hemos de encontrar, acoger y seguir. De hecho, Jesús nos dice: «si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga» (Lc 9, 23). En la santa misa del Primer Domingo de Cuaresma rezaremos: “al celebrar un año más la santa Cuaresma, signo sacramental de nuestra conversión, concédenos, Dios todopoderoso, avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en plenitud” (Colecta). Es una invocación que dirigimos a Dios porque sabemos que solo Él puede convertir nuestro corazón. En las acciones litúrgicas Cristo se hace presente a través de la obra del Espíritu Santo; esos acontecimientos salvíficos se hacen actuales. Este itinerario que estamos invitados a recorrer en este tiempo litúrgico se caracteriza, en la tradición de la Iglesia, por algunas prácticas: el ayuno, la limosna y la oración. El ayuno significa la abstinencia de alimentos, pero comprende también otras formas de privación para una vida más sobria. Todo esto, sin embargo, no es aún la realidad plena del ayuno: es el signo externo de una realidad interior, de nuestro compromiso, con la ayuda de Dios, de abstenernos del mal y de vivir del Evangelio. No ayuna de verdad quien no sabe alimentarse de la Palabra de Dios. El ayuno, en la tradición cristiana, está estrechamente unido a la limosna. San Agustín dice que el ayuno y la limosna son “las dos alas de la oración”, que le permiten tomar más fácilmente su impulso y llegar hasta Dios. Queridos amigos, en este camino cuaresmal estemos atentos a captar la invitación de Cristo a seguirlo de modo más decidido y coherente, renovando la gracia y los compromisos de nuestro Bautismo para abandonar el hombre viejo que hay en nosotros y revestirnos de Cristo. ¡Feliz camino cuaresmal a todos ustedes!
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