Festejar la memoria de Nuestra Señora de los Dolores significa unirnos a su camino al pie de la Cruz, donde se cumple la profecía de Simeón de que su corazón de madre sería traspasado (Lc 2, 35). Igual que el Señor Jesús lloró (Jn 11, 35), también María Santísima lloró ante el cuerpo maltratado de su amadísimo Hijo. Sin embargo, su discreción nos impide medir el abismo es un dolor, que ha sido representado por las siete espadas que atraviesan su humilde corazón. Este sufrimiento la ha guiado a la perfección (Hb 2, 10), para hacerla capaz de asumir la nueva misión espiritual que su Hijo le encomienda poco antes de expirar (Jn 19, 30): convertirse en la Madre de los hombres, de los que sufren, de los desamparados. En la figura del discípulo a quien Jesús amaba, el señor nos encomienda a María y nos da la seguridad de que ella no nos abandonará: "Ahí tienes a tu hijo" (Jn 19, 26-27). "La Virgen María está en el gozo y la gloria de la Resurrección. La lágrimas que derramó al pie de la Cruz se han transformado en una sonrisa que ya nada podría extinguir" (Papa Benedicto XVI) y, debido a esto, su compasión maternal por cada uno de nosotros sigue encendida. La Virgen María ama a cada uno de sus hijos, especialmente a los que cargan cruces injustas como su Hijo: a ello los fortalece y nunca se aparta de su lado. Hermanos, que este Viernes Santo nos permita abandonarnos en las manos de la Santísima Virgen María, para que sea ella quien interceda por nuestros sufrimientos ante el Padre, y alcancemos por sus méritos, la vida verdadera. Encomendamos de manera especial a todas aquellas madres que esta semana han perdido a sus hijos por causa de la violencia, el abandono, los vicios o los accidentes, para que Tú, Madre divina y gloriosa, los confortes, ya que Tú misma has sentido el dolor de la pérdida y nunca perdiste la fe en el Señor.
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