El Día de las Velitas (denominado también como “Noche de las Velitas” ó “Alumbrado”) es una de las fiestas más tradicionales de Colombia, la cual se celebra en las noches del 7 y 8 de Diciembre, víspera y Día de la Inmaculada Concepción, o en la madrugada del 8 de Diciembre. Este día marca el comienzo de las fiestas de Navidad en el país. El Día de las Velitas se celebra en toda Colombia, pero sus características varían en cada región. En esta original celebración los colombianos se reúnen en familia para encender luces y velitas en el ante jardín, elevando oraciones y pidiendo por la paz.
Es importante tener en cuenta que la celebración central es el Día de la Inmaculada Concepción y que esas velitas se encienden en homenaje a la santísima Virgen María. Para entender esta fiesta, que mejor que la lerctura de la Catequesis del Papa Juan Pablo II al respecto:
“Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 28) Con estas palabras del arcángel Gabriel, nos dirigimos a la Virgen María muchas veces al día. Las repetimos hoy con ferviente alegría, en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, recordando el 8 de diciembre de 1854, cuando el beato Pío IX proclamó este admirable dogma de la fe católica precisamente en esta basílica vaticana. ¡Cuán grande es el misterio de la Inmaculada Concepción, que nos presenta la liturgia de hoy! Un misterio que no cesa de atraer la contemplación de los creyentes e inspira la reflexión de los teólogos. “Llena de gracia”: con este apelativo, el ángel se dirige a María. Este es el nombre con el que Dios, a través de su mensajero, quiso calificar a la Virgen. De este modo la pensó y vio desde siempre. La predestinación de María, como la de cada uno de nosotros, está relacionada con la predestinación del Hijo. Cristo es la “estirpe” que “pisaría la cabeza” de la antigua serpiente, según el libro del Génesis (cf. Gn 3, 15); es el Cordero “sin mancha” (cf. Ex 12, 5; 1 P 1, 19), inmolado para redimir a la humanidad del pecado. En previsión de la muerte salvífica de él, María, su Madre, fue preservada del pecado original y de todo otro pecado. En la victoria del nuevo Adán está también la de la nueva Eva, madre de los redimidos. Así, la Inmaculada es signo de esperanza para todos los vivientes, que han vencido a Satanás en virtud de la sangre del Cordero (cf. Ap 12, 11). Contemplamos hoy a la humilde joven de Nazaret, santa e inmaculada ante Dios por el amor (cf. Ef 1, 4), el “amor” que, en su fuente originaria, es Dios mismo, uno y trino. ¡La Inmaculada Concepción de la Madre del Redentor es obra sublime de la santísima Trinidad! Pío IX, en la bula Ineffabilis Deus, recuerda que el Omnipotente estableció “con el mismo decreto el origen de María y la encarnación de la divina Sabiduría”. El “sí” de la Virgen al anuncio del ángel se sitúa en lo concreto de nuestra condición terrena, como humilde obsequio a la voluntad divina de salvar a la humanidad, no de la historia, sino en la historia. En efecto, preservada inmune de toda mancha de pecado original, la “nueva Eva” se benefició de modo singular de la obra de Cristo como perfectísimo Mediador y Redentor. Ella, la primera redimida por su Hijo, partícipe en plenitud de su santidad, ya es lo que toda la Iglesia desea y espera ser. Es el icono escatológico de la Iglesia. En la concepción inmaculada de María la Iglesia ve proyectarse, anticipada en su miembro más noble, la gracia salvadora de la Pascua.
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