Entramos en la recta final del tiempo de Adviento y de la novena de Navidad y lo hacemos contemplando la figura de Santa Isabel, prima de la Virgen Santísima y madre del Precursor del Señor, Juan el Bautista. Su nombre significa "consagrada a Dios". Era justa a los ojos de Dios y seguía en forma irreprochable todos los mandamientos y preceptos del Señor" (Lc 1, 6). En tiempos de rey Herodes, Isabel, descendiente del sacerdote Aarón, hermano de Moisés, estaba casada con un sacerdote llamado Zacarias, cuya persona contemplamos días anteriores. Narra el Evangelio de San Lucas que Santa Isabel no tenía hijos porque era estéril; además ya era de avanzada edad. Sin embargo el Angel del Señor se le apareció a Zacarías y le dijo: "No temas Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada. Isabel tu mujer, dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Juan". De esta manera, Dios nuestro Señor, bendijo a Santa Isabel, quitándole su esterilidad y mostrándole que sus ruegos y suplicas fueron escuchados. Después, Santa Isabel concibió a Juan y decía: "Dios ha querido quitarme mi humillación y se ha acordado de mí". El Papa Benedicto XVI nos dice: "¿De dónde viene esta vida, esta interioridad tan fuerte, tan recta, tan coherente, gastada así completamente por Dios, y preparar el camino para Jesús? La respuesta es simple: de la relación con Dios, de la oración, que es el hilo conductor de toda su existencia". Que la enseñanza de Santa Isabel nos conduzca en esta Navidad a relacionarnos siempre con Dios para escuchar su voz y cumplir con su santa voluntad.
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