En este jueves sacerdotal, donde Maria entona el cántico de Magnificat, séptimo día de la novena, contemplemos la figura de San José. En el Plan Reconciliador de Dios, San José tuvo un papel esencial: Dios le encomendó la gran responsabilidad y privilegio de ser el padre adoptivo del Niño Jesús y ser esposo virginal de María Santísima. San José, el santo custodio de la Sagrada Familia, es el santo que más cerca está de Jesús y de la Santísima Virgen María. San Mateo (1, 16) llama a San José el hijo de Jacob; según San Lucas (3, 23), su padre era Heli. Probablemente nació en Belén, la ciudad de David del que era descendiente. Al comienzo de la historia de los Evangelios (poco antes de la Anunciación), San José vivía en Nazaret. Según San Mateo y San Marcos, San José era un carpintero, oficio que pudo enseñar a Jesús. Nuestro Señor fue llamado "Hijo de José, el carpintero". Como sabemos, no era el padre natural de Jesús, quién fue engendrado en el vientre virginal de María por obra del Espíritu Santo, pero José lo adoptó amorosamente y Jesús se sometió como un buen hijo ante su padre. En Belén tuvo que sufrir con la Virgen la carencia de albergue hasta tener que tomar refugio en un establo. Allí nació Jesús, el Hijo de Dios. A esto se suma que tuvo que huir con su familia a Egipto, corriendo de la violencia desatada por Herodes. Si bien su figura va menguando conforme pasan los años de Jesús (última mención cuando pierden y encuentran al Niño en el templo), su ejemplo de justicia y amor marcarían al Salvador para siempre. Que el ejemplo de San José nos motive en estos días santos a acoger radicalmente al Hijo de Dios de palabra y de obra.
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