"Apenas se bautizó el Señor, se abrió el cielo, y el Espíritu se posó sobre Él como una paloma. Y se oyó la voz del Padre que decía: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto" (Mt 3, 16-17)
Celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, y con ella termina el tiempo de Navidad y empieza el tiempo Ordinario o tiempo común. Este momento de la vida de Cristo indica el comienzo de su llamada "vida pública" y da final a unos treinta años de existencia sencilla y trabajadora, después de los episodios más reveladores de su infancia que han sido celebrados en las fechas pasadas. El Bautismo, administrado por Juan Bautista a Jesús en el Jordán, es un momento esencial para comprender el Evangelio. El Papa Francisco nos exhorta en esta festividad a tener en cuenta que "en el Bautismo somos consagrados por el Espíritu Santo. La palabra cristiano significa consagrado, como Jesús, en el mismo Espíritu en que fue inmerso Él en toda su existencia terrena. Él es el Cristo, el ungido, el consagrado; los bautizados somos cristianos, es decir, consagrados y ungidos. Entonces, si quieren que sus niños lleguen a ser auténticos cristianos ayúdenles a crecer inmersos en el Espíritu Santo, es decir, en el calor del amor de Dios, en la luz de su Palabra". Hoy es una gran oportunidad para renovar nuestro Bautismo, llevando a plenitud todas las gracias que recibimos en aquel feliz día. El Bautismo de Jesús es, finalmente una gran epifanía Trinitaria: del Padre que muestra al Hijo ante el mundo y lo consagra con el Espíritu Santo. El Bautismo cristiano, corroborado por el Sacramento de la Confirmación, hace a todos los creyentes, cada uno según su vocación específica, corresponsables de la gran misión de la Iglesia: la evangelización.
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