"Miren que llega el Señor del señorío: en la mano tiene el reino, y la potestad y el imperio"
La solemnidad de la Epifanía del Señor es una experiencia de fe que debemos prolongar durante el año. Cada vez que estamos en oración, la Eucaristía o cuando nos confesamos, Dios revela su infinito amor. Epifanía quiere decir "manifestación" o "revelación". Ahora, Dios no se revela con magnificencia, sino desde su amor y misericordia. Lo hace en gestos sencillos, pequeños y humildes. Él se hace uno como nosotros en todo, menos el pecado, para que lo veamos. Dios es capaz de acercarse al mundo sin dejar la gloria de su divinidad y nos habla con palabras humanas: sus gestos son los nuestros y los ejemplos que utiliza son de la vida cotidiana. Por todo ello, el profeta Isaías nos invita a levantarnos y admirar esa "gran luz" que ha nacido, dejando a un lado las tinieblas y los errores. Esa luz nos trae grandes dones y regalos, y es lo que San Pablo hoy destaca en su lectura: la distribución de la gracia de Dios. Todos conformamos un solo cuerpo que es la Iglesia, pero cada uno está llamado a aportar con sus propios talentos sin pasar por encima de los demás, sintiéndose mejor o más importante. Dios nunca nos ha humillado, todo lo contrario, se ha hecho como nosotros para engrandecernos. De otro lado, el evangelista narra cómo aquellos hombres que buscaban al Mesías primero son llamados por Herodes, quien les pide información del Niño. Ellos, después de escucharlo, no regresaron a su presencia, pues seguían la voz de Dios. Nosotros también podemos aprovechar este nuevo año para cambiar de actitud, comportamiento y mentalidad, y así seguir la voz de Dios, que es diferente a del mundo. Saber discernir lo bueno de lo malo en nuestra vida será la tarea por realizar.
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