En un ambiente festivo celebramos la solemnidad de dos grandes pilares de la Iglesia Católica, y por supuesto de nuestra fe cristiana. Estos dos apóstoles, testigos de Jesucristo, sufrieron el martirio en Roma San Pedro entre los años 54 y 67 muriendo crucificado cabeza abajo, cerca del lugar que ocupa la Basílica Vaticana, edificada sobre su sepulcro San Pablo murió decapitado según la tradición en el año 67, junto a la Vía Ostiense, a cinco kilómetros de Roma, cerca de la Basílica construida sobre su sepulcro. El Papa Francisco nos cuenta que "el testimonio del apóstol Pedro nos recuerda que nuestro verdadero refugio es la confianza en Dios: ella disipa todo temor y nos hace libres de toda esclavitud y de toda tentación mundana. Pedro recobró su confianza cuando Jesús le dijo por tres veces: Apacienta mis ovejas (Jn 21, 15-17). Y, al mismo tiempo él, Simón, confesó por tres veces su amor por Jesús, reparando así su triple negación durante la pasión Pedro siente todavía dentro de sí el resentimiento de la herida de aquella decepción causada a su Señor en la noche de la traición. Ahora que él pregunta: Me amas?, Pedro no confia en sí mismo y en sus propias fuerzas, sino en Jesús y en su divina misericordia: Señor, Tú conoces todo; Tú sabes que te quiero (Jn 21,17). Todos sabemos que San Pablo, nacido en Tarso de Cilicia, fue un celoso judío, perteneció al grupo de los fariseos y una vez convertido, pasó a ser un gran seguidor y apóstol de Jesús de Nazaret. De perseguidor de los nazarenos, se convirtió en apóstol del Evangelio de Jesús, testigo de la vida resucitada y resucitadora de Cristo". San Pedro es la "roca" sobre la que se edifica la lglesia y San Pablo es el impulso misionero que debe caracterizar a los creyentes.
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