"Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios, porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novia que se adorna con sus joyas" (Is 61, 10).
Llenos de alegría celebramos hoy la Concepción Inmaculada de la Santísima Virgen Maria, quien recibió en su seno al Verbo que trasciende todo lo creado. El 25 de marzo de 1858 en Lourdes (Francia), se apareció una hermosa mujer a una pequeña niña llamada Bernadette y le pidió que rezara el Santo Rosario y que hiciera penitencias ofrecidas la al Señor. La pequeña le preguntó a hermosa mujer cómo se llamaba; ella levantó sus manos al cielo y con una resplandeciente luz respondió: "Yo soy la Inmaculada Concepción". Este dogma fue solemnemente proclamado por el papa Pío IX en la bula Ineffabilis Deus el 8 de diciembre de 1854, cuatro años antes de la aparición en Lourdes El papa Francisco dice: "hoy, la fiesta de la Inmaculada nos hace contemplar a la Virgen que, por singular privilegio ha sido preservada del pecado original desde su concepción, aunque vivía en el mundo marcado por el pecado no fue tocada por él. María es nuestra hermana en el sufrimiento, pero no en el mal ni en el pecado; es más, el mal en ella fue derrotado antes de tocarla porque Dios la ha llenado de gracia La Inmaculada Concepción significa que María es la primera mujer salvada por la infinita misericordia del Padre, como primicia de la salvación que Dios quiere donar a cada hombre y mujer en Cristo. Por esto, la Inmaculada se ha convertido en icono sublime de la misericordia divina que ha vencido el pecado. En la Concepción Inmaculada de María estamos invitados a reconocer la aurora del mundo nuevo, transformado por la obra salvadora del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
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