¡Ha nacido nuestro Salvador!

Queridos hermanos, ¿somos merecedores de la Gracia recibida?, es el cuestionamiento que nos debemos plantear, porque lo que celebramos en esta noche no es un simple evento social que nos reúne en torno a un sentimiento, a una fecha o a una actividad con un objetivo en comůn; lo que acontece en esta noche implica la vida misma y su perpetuidad en el tiempo, es decir la eternidad. No podemos ser simples espectadores ante una realidad que involucra nuestra existencia y de aquellos que hacen historia con nosotros: Dios mismo ha querido transformar la realidad, ya que una vez encarnado no se hace ajeno; por el contrario, se hace uno de nosotros para demostrar con palabras y con hechos que es posible la transformación de la cotidianidad. Desde antes de nacer, Jesús no solo tuvo que enfrentar la inclemencia del clima, sino también la indiferencia de la gente, indiferencia a la cual no somos ajenos, ya que en una noche como esta nos preparamos para celebrar, para compartir y disfrutar, pero desafortunadamente olvidamos casi que por completo quién es el que nos convoca y en torno a qué Misterio celebramos Su llegada. Hermanos, no puede ser más importante el vestido de la noche o la cena que estará puesta sobre la mesa que nuestra propia salvación, porque Dios se hizo hombre para purificar su mayor creación y llevarla a vivir la plenitud de la perfección. Pongamos nuestro corazón en las manos de la Virgen María, para que Ella, que gestó en su seno al Salvador, geste en nosotros el deseo de alejarnos cada vez más del pecado y así llegar a disfrutar de las maravillas del Reino de Dios.

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