Al celebrar esta festividad de Nuestra Señora de Guadalupe, el Papa Francisco nos exhorta: "hacemos en primer lugar memoria agradecida de su visitación y cercanía materna; cantamos con Ella su Magnificat, y le confiamos la vida de nuestros pueblos y la misión continental de la Iglesia. Cuando se apareció a San Juan Diego en el Tepeyac, se presentó como la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios; y dio lugar a una nueva visitación. Corrió presurosa a abrazar también a los nuevos pueblos americanos, en dramática gestación. Fue como una gran gran señal aparecida en el cielo (...), mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies' (Ap 12,1), que asume en si la simbología cultural y religiosa de los pueblos originarios, anuncia y dona a su Hijo a todos esos nuevos pueblos de mestizaje desgarrado. Tantos saltaron de gozo y esperanza ante su visita y ante el don de su Hijo, que la más perfecta discípula del Señor se convirtió en la 'gran misionera que trajo el Evangelio a nuestra América' (Aparecida, 269). El Hijo de María Santísima, se revela así desde los orígenes de la historia de los nuevos pueblos como 'el verdaderísimo Dios por quien se vive', buena nueva de la dignidad filial de todos sus habitantes. Ya nadie más es solamente siervo, sino todos somos hijos de un mismo Padre, hermanos entre nosotros, y siervos en el Siervo. La Santa Madre de Dios visitó a estos pueblos y quiso quedarse con ellos. Dejó estampada misteriosamente su imagen en la tilma de su mensajero para que la tuviéramos bien presente, convirtiéndose en símbolo de la alianza de María con estas gentes, a quienes confiere alma y ternura". En 1910 el Papa Pio X la proclamó Patrona de América Latina y en 1979 el Papa San Juan Pablo II consagró a Ella todo el continente americano.
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