"A TI, Señor, levanto mi alma: Dios mío, en Ti confió; no quede yo defraudado; que no triunfen de mi mis enemigos, pues los que esperan en Ti no quedan defraudados",
(Sal 24, 1-3)
Hermanos, hoy, primer domingo de Adviento, escribimos una nueva historia de la mano del Señor y emprendemos un camino de renovación integral para ir de lo bueno a lo mejor, preparando nuestro corazón para acoger a Cristo, el Emmanuel, que desea hacerse presente en nuestra vida y renacer desde lo profundo de nuestro ser. La liturgia de este día nos introduce en el ambiente de la dulce espera propia de este tiempo; la lectura del profeta Isaías y el Evangelio parecieran un bello diálogo entre la humanidad que anhela la llegada del Señor y la invitación divina a permanecer atentos a su Presencia, para que los odios, la maldad y la injusticia cedan paso a la renovación y salvación que Dios trae para todos. Por una parte, el profeta Isaías desea que Dios rasgue los cielos y descienda a la pequeña de su pueblo y por ello reconoce como Padre alfarero; por otro lado, Jesús, en el Evangelio, pide tener un corazón atento y vigilante, pues de nada sirve pedirle a Dios que se haga presente si no estamos dispuestos a buscarlo y descubrirlo en la cotidianidad y en el trato a los hermanos. Preguntémonos, ¿Qué áreas de nuestra vida necesitan ser moldeadas por Dios ?; ¿Qué hábitos nos pueden ayudar a estar más atentos a la visita que el Señor hace a diario en nuestra vida? Dios ya rasgó los cielos y está presente en medio de nosotros en la Persona de su Hijo Jesucristo, por ello, descubramos en los salmos que meditaremos en la liturgia de esta semana las claves espirituales para reconocer la Presencia soberana de Dios que nos recuerda que el amor tiene la última palabra ante la muerte y el dolor.
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