En este día iniciamos el último mes del año, pero, por otro lado, empezamos el año litúrgico con el tiempo de Adviento. Esta palabra viene del latín Adventus, y lo podemos traducir como venida o llegada. Por eso, si le prestamos atención a las lecturas que se nos propone para este tiempo, nos daremos cuenta que una de las palabras que más resuena es precisamente, venir o venid. Es un tiempo litúrgico que se caracteriza por la espera, como ya vimos, pero también un tiempo de gozosa esperanza. Y esto lo podemos entender con una comparación. Cuando una pareja espera un niño, aquellos meses se convierten para ellos es una espera que está acompañada de alegría, lógicamente deben estar atentos a cualquier señal que indique complicaciones, para acudir inmediatamente al médico; también, deben prepararse, no solo con los objetos materiales, sino como personas, uniéndose como esposos para brindarle al hijo un clima de estabilidad y amor. Cuando llega el momento, aquella espera se convierte en un gozo indescriptible, cuando ya se tiene al nuevo miembro de la familia en los brazos. El Adviento es algo parecido. Es un tiempo corto, compuesto por cuatro domingos, en donde nos preparamos también para un nacimiento, para el nacimiento del Hijo de Dios. Se nos invita también a estar atentos y a erradicar el pecado de nuestras vidas para que el Niño Jesús encuentre un corazón dispuesto. No olvidemos que el año litúrgico no se reduce a una serie de celebraciones externas, sino que todos los tiempos están encaminados a que nuestras vidas, no solo se transformen, sino que aporten a la construcción de una sociedad en donde se vivan los valores del Reino de Dios. La liturgia de la Palabra nos irá llevando por algunos libros proféticos y por narraciones evangélicas, como la de hoy, en donde se nos habla de la venida del Señor y en donde se nos llama a estar en vela, listos, preparados, con una vida coherente al Evangelio. Empecemos este mes y este nuevo año litúrgico con este espíritu de alegría, gozo, compromiso y espera.
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