Hoy celebramos la memoria de nuestros hermanos que nos preceden en el sueño de la eternidad, teniendo claro que rogar por ellos es una obra de misericordia Esta celebración completa la vivencia eclesial que no conoce tiempos, lenguas ni fronteras. Fue instituida por San Odilón en el año 998. San Agustín de Hipona dejo una bella frase para meditar: "Una flor sobre su tumba se marchita, una lagrima sobre su recuerdo se evapora. Una oración por su alma, la recibe Dios". Nosotros, como Iglesia que peregrina en la tierra, estamos llamados a orar incesantemente por la Iglesia purgante, pues por medio de nuestras plegarias y suplicas le pedimos al buen Dios que los admita en el Reino de los Cielos. El Catecismo de Iglesia Católica nos recuerda que "podemos ayudarles obteniendo para ellos indulgencias de manera que se vean libres de las penas temporales debidas por sus pecados". La Iglesia saluda y "despide" a un miembro suyo antes de su sepultura en espera de la resurrección; la muerte es nuestro encuentro con Dios. Los que han muerto en Cristo vive para siempre.
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