"Piedad de mí, Señor, que a Ti te estoy llamando todo el día, porque Tú eres bueno y clemente,
rico en misericordia con los que te invocan".
(Sal 85, 3-5)
Hermanos, en nuestro interior existe una sed de trascendencia que solo es colmada cuando abrimos nuestra vida a la plenitud de Dios. Sin embargo, en el momento en que pensamos ya saberlo todo y pretendemos ocupar un lugar que no nos corresponde, nos convertimos en adversarios y piedra de tropiezo para el plan de Dios. Comencemos observando a Pedro, que recibe una lección vital para su apostolado, al pretender forzar a Jesús a que tome un camino fácil y alternativo, y así evitar el sacrificio que implica la ruta trazada por el Padre. Jesús le aclara a Pedro que él no es el Maestro y que con su comportamiento se está convirtiendo en Satanás, palabra que significa «adversario», «opositor», por eso le recuerda que es un discípulo y debe ir detrás del Maestro para que aprenda de El a pensar como Dios y elegir desde la verdad y la misericordia. Para lograrlo, veamos el ejemplo del salmista que reconoce que tiene sed de Dios y al experimentar la resequedad de su interior, madruga para buscarlo y está atento cualquier señal de su Presencia. Esta actitud nos permitirá ser conscientes del fuego de Dios que arde en nosotros y que nos impulsará a seguir adelante en medio de la duda y la adversidad, y harán de nosotros y nuestro servicio, ofrenda agradable al Señor. ¿En qué situaciones somos más propensos a evitar sacrificio y la exigencia del Evangelio? ¿Cómo cultivamos mi relación discipular con Jesús, para evitar ser un adversario de su obra? Sigamos a Jesús en los Evangelios de esta semana, para que caminando con Él en sus inicios misioneros, recordemos nuestro lugar como discípulos y tengamos claro salvífico del Señor.
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