"Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita Tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre",
(Lc 1, 28. 42)
La fiesta de hoy nos invita a meditar los misterios de Cristo, en compañía de su Madre, la Virgen María, quien estuvo especialmente asociada a la misión de Jesús en el mundo, a su Encarnación, a su Pasión ya su Resurrección. La práctica de rezar el Santo Rosario, tal y como los conocemos, comenzó en el siglo XIII, cuando la Virgen se apareció a Santo Domingo de Guzmán y le entregó el Rosario prometiéndole que al rezarlo muchos pecadores se convertirían y obtendrían abundantes gracias; además, la Virgen le pidió que difundiera la devoción. Los orígenes de la fiesta se remontan al siglo XVI, cuando el Mediterráneo estaba dominado por los turcos mahometanos. El 7 de octubre de 1571, los musulmanes fueron vencidos en la Batalla de Lepanto; antes del ataque, las tropas cristianas rezaron el Rosario con mucha devoción. El Papa también lo rezó en su capilla y, al enterarse de la victoria, atribuyó el triunfo a la poderosa intercesión de la Virgen y a la oración del Rosario, e instituyó la fiesta. El Rosario es, sin duda, una de las oraciones más apreciadas y perfectas, pues en él se entrelazan las dulces oraciones que acompañan la vida de todo cristiano católico (Padrenuestro, Avemaría y Gloría) con la meditación de los hechos más notables de la vida de nuestro Señor Jesucristo y de su Santísima Madre. Hermanos, al rezar el Santo Rosario con humildad, invitamos a la Virgen María a unirse a nuestras oraciones y, por ende, a interceder por nosotros. No nos olvidemos de sus beneficios y meditémoslo con devoción.
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