"Pueblo de Sion: mira al Señor que viene a salvar a los pueblos. El Señor hará oír su voz gloriosa en la alegría de su corazón".
(Es 30, 19. 30)
Hermanos, en este segundo domingo de Adviento, la Palabra nos indica que para gozar de la salvación del Señor, es preciso entrar en un proceso de conversión. Para lograrlo, el profeta Isaías nos plantea una primera estrategia que consiste en que cada quien se entregue a la tarea de enderezar los senderos de sus conductas negativas, ponga remedio a los valles de tristeza e injusticia, y abaje los montes de soberbia, orgullo y autosuficiencia que nos hacen tanto daño a nivel personal, comunitario y social. Esto es posible si somos valientes en reconocer con nombre propio las acciones a través de las cuales el pecado se expresa en nuestra vida, y, a la luz de la predicación de Juan el Bautista en el Evangelio, esto se traduce en la capacidad de desistir de formas de pensar, sentir y actuar que nos alejan de la verdad y el amor. Estas acciones nos ayudarán a prepararle a Jesús un lugar bello, limpio, libre de malas intenciones, de pensamientos negativos y de envidias o rencores, de modo que cuando el Señor nos visite encuentre un lugar digno para quedarse con nosotros. Esta tarea de conversión inicia con una decisión definitiva que se prolonga en el día a día evaluando los criterios e intenciones que tenemos para relacionamos con los demás, y este reto no lo enfrentamos solos, sino que lo llevamos a cabo contando con la paciencia y la misericordia de Dios, tal y como nos lo dicen la carta de Pedro y el Salmo. Si queremos vivir una Navidad diferente, enderecemos desde ya nuestra vida, para que la cuna de nuestro corazón sirva para acoger a Nuestro Señor y no sea usurpada por el pecado.
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