"Llegue hasta Ti mi súplica; inclina tu oído a mi clamor, Señor". (Sal 87, 3)
Queridos hermanos, cada vez que nos reunimos en el templo, nos sentimos llamados a hacer vida la Palabra de Dios. Por eso, la mesa del altar nos recuerda que Dios aparece en nuestra historia como alimento de salvación. El profeta Elías, en la primera lectura, rememoró las bendiciones de Dios a quienes compartieron generosamente lo que tenían, resaltando la actitud de la viuda, que se desprendió de lo que tenían ella y su hijo, la última comida de su vida, porque morirán. Elías hace posible que por medio del gesto del compartir y del desprendimiento, Dios bendiga la vida de esta familia creyente. En la segunda lectura, San Pablo nos recuerda que Jesús se ha entregado por completo, y en Él, Dios se ha dado a sí mismo con amor absoluto. De esta manera, todos estamos llamados a ofrecer nuestra propia vida con generosidad, escuchando al hermano, consolando al que sufre, atendiendo al necesitado, en fin, practicando las bienaventuranzas, a imagen de Cristo. Por su parte, en el santo Evangelio, nos encontramos con una mujer viuda y pobre que dio todo lo que tenía para vivir. Sabemos que Dios bendecirá a los que dan con amor, pero nuestra mayor recompensa es la vida eterna, no la riqueza material que podemos encontrar en este mundo. Que, al igual que estas dos mujeres y a imagen de Jesucristo, estemos dispuestos a dar todo cuanto tenemos para poder servir y alabar mejor al Señor, que se hace presente en nuestros hermanos y en nuestra comunidad. Durante esta semana, dejémonos capacitar por el Señor que nos invita a aumentar nuestra fe.
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