JESÚS, UNGIDO EN BETANIA
(Papa Benedicto XVI)
(Papa Benedicto XVI)
La Escritura “nos conduce a Betania, que como apunta el Evangelista, Lázaro, Marta y María ofrecen una cena al Maestro (Jn. 12,1-11). Este banquete en casa de los tres amigos de Jesús se caracteriza por los presentimientos de la muerte inminente de Jesús. En este relato evangélico hay un gesto que llama la atención: María de Betania, “tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos” (Jn. 12, 3). El gesto de María es la expresión de fe y de amor grandes por el Señor: para ella no es suficiente lavar los pies del Maestro con agua, sino que los unge con una gran cantidad de perfume precioso que, como protestará Judas, se habría podido vender por trescientos denarios. Y no unge la cabeza, como era costumbre, sino los pies: María ofrece a Jesús cuanto tiene de mayor valor y lo hace con un gesto de profunda devoción. El amor no calcula, no mide, no repara en gastos, no pone barreras, sino que sabe donar con alegría, busca sólo el bien del otro, vence la mezquindad, los resentimientos, la cerrazón que el hombre lleva a veces en su corazón. María se pone a los pies de Jesús en humilde actitud de servicio, como hará el propio Maestro en la última Cena, cuando, como dice el Cuarto Evangelio, “se levantó de la mesa, se quitó sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echó agua en una jofaina y se puso a lavar los pies de los discípulos (…) para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros” (Jn. 13, 4-5. 15). La regla de la comunidad de Jesús es la del amor que sabe servir hasta el don de la vida. Y el perfume se difunde: “Toda la casa (anota el Evangelista) se llenó del olor del perfume” (Jn. 12, 3). El significado del gesto de María, que es respuesta al amor infinito de Dios, se expande entre todos los convidados; todo gesto de caridad y de devoción auténtica a Cristo no se limita a un hecho personal, no se refiere sólo a la relación entre el individuo y el Señor, sino a todo el cuerpo de la Iglesia; es contagioso: infunde amor, alegría y luz”. (Papa Benedicto XVI)
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