Sábado Santo

¡NO ESTÁ AQUÍ, RESUCITÓ!

(PAPA FRANCISCO)

“Después del drama del Viernes Santo viene el silencio del Sábado Santo, día de espera y esperanza. En la Noche Santa de la Pascua todo se renueva en Cristo Resucitado. Desde todos los rincones de la tierra se elevará al cielo el canto del Gloria y del Aleluya, mientras la Luz disipará las tinieblas de la noche. En la Vigilia Pascual, con el canto del “Gloria”, se manifestará el esplendor de nuestro destino: formar una humanidad nueva, redimida por Cristo Muerto y Resucitado por nosotros. Aquí comprendemos y amamos a fondo la Cruz de Cristo: en ella Cristo derrotó para siempre el pecado y la muerte. En el Evangelio de esta noche luminosa de la Vigilia Pascual, encontramos a las mujeres que van al sepulcro de Jesús (Mt. 28,1-10). Habían seguido a Jesús. Lo habían escuchado, se habían sentido comprendidas en su dignidad, y lo habían acompañado hasta el final, en el Calvario y en el momento en que fue bajado de la Cruz. Podemos imaginar sus sentimientos cuando van a la tumba: una cierta tristeza, la pena porque Jesús les había dejado. Pero en las mujeres permanecía el amor, y es el amor a Jesús lo que les impulsa a ir al sepulcro. Encuentran la tumba vacía, el cuerpo de Jesús no está allí. Y he aquí un Ángel que les dice: “No tengan miedo; sé que andan buscando a Jesús el crucificado. No está aquí, ha Resucitado” (Mt. 28, 5-6). Lo que era un simple gesto, algo hecho ciertamente por amor (el ir al sepulcro), ahora se transforma en acontecimiento, en un evento que cambia verdaderamente la vida. Ya nada es como antes, no sólo en la vida de aquellas mujeres, sino también en nuestra vida y en nuestra historia de la humanidad. Jesús no está muerto, ha Resucitado, es el Viviente. No es simplemente que haya vuelto a vivir, sino que es la vida misma, porque es el Hijo de Dios, que es el que vive (Nm. 14,21-28). Jesús es el «hoy» eterno de Dios. Así, la novedad de Dios se presenta ante los ojos de las mujeres, de los discípulos, de todos nosotros: la victoria sobre el pecado, sobre el mal, sobre la muerte, sobre todo lo que oprime la vida, y le da un rostro nuevo. En esta Noche de Luz, invocando la intercesión de la Virgen María, que guardaba todos estas cosas en su corazón (Lc. 2,19.51), pidamos al Señor que nos haga partícipes de su Resurrección: nos abra a su novedad que trasforma, a las sorpresas de Dios, tan bellas; que nos haga hombres y mujeres capaces de hacer memoria de lo que Él hace en nuestra historia personal y la del mundo; que nos haga capaces de sentirlo como el Viviente, vivo y actuando en medio de nosotros; que nos enseñe cada día, a no buscar entre los muertos a Aquel que vive”.

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