En una nube luminosa se apareció el Espiritu Santo y se oyó la voz del Padre que decia: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchenlo (Mt 17, 5)
Esta fiesta recuerda el día en que nuestro Señor Jesús, en la cima del monte Tabor, se apareció vestido de gloria, hablando con Moisés y Elías ante sus tres discípulos preferidos, Pedro, Juan y Santiago. La celebración festiva de la Transfiguración del Señor se venía celebrando desde muy antiguo en las iglesias de Oriente y Occidente, pero el Papa Calixto III, en 1457 la extendió a toda la Iglesia para conmemorar la victoria que los cristianos obtuvieron en Belgrado, sobre Mahomet II, orgulloso conquistador de Constantinopla y enemigo del cristianismo, y cuya noticia llegó a Roma el 6 de agosto. Una de las meditaciones del Papa Benedicto XVI nos dice que "la montaña (tanto el Tabor como el Sinaí) es el lugar de cercanía con Dios. Es el espacio elevado donde se puede respirar el aire puro de la Creación. Es también el lugar de la oración, donde se está en a presencia del Señor, como Moisés y Elías, que aparecen junto a Jesús transfigurado y hablando con Él del éxodo" que le espera en Jerusalén, es decir, su Pascua. La Transfiguración es un acontecimiento de oración: allí el Salvador se sumerge en Dios, se une íntimamente a El, adheridos con la propia voluntad humana a la voluntad de amor del Padre y así la luz lo invade y aparece visiblemente la verdad de su ser: Él es Dios, Luz de Luz. Incluso a túnica de Jesús se vuelve blanca y deslumbrante... Aquí está el momento ase la Transfiguración, que es anticipación de la Resurrección, pero ésta presupone la muerte; el Señor manifiesta a los apóstoles su gloria para que tengan la fuerza de afrontar el escándalo de la Cruz"
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