"Era verdad, ha resucitado el Señor, aleluya A Él la gloria y el poder por toda la eternidad"
(Lc 24, 34)
Hermanos ¡felices pascuas de Resurrección! La luz y la vida vencieron la muerte y la tristeza; el pecado no tiene la última palabra y el mundo no ha salido victorioso, Dios ha realizado su obra y ha cumplido su promesa: nos entregó la vida verdadera y la felicidad completa. Aún resuenan en nuestros oídos los cantos de la liturgia bautismal, el pregón pascual y el canto jubiloso del gloria y tenemos vivas la imagen de la entrada solemne del cirio encendido en el templo en medio de la oscuridad, mientras se cantaba: "Luz de Cristo; demos gracias a Dios". La liturgia de anoche fue extensa, pues se bendijo el fuego, el agua, se renovaron las promesas bautismales, se proclamaron varias lecturas bíblicas, que sintetizaban la historia de la salvación". Puede que por la emoción del instante y la belleza de la ceremonia pasemos por alto muchos detalles, pero este es el momento de considerarlos y darles importancia que merecen. Por ejemplo, la liturgia de la Palabra está compuesta por siete lecturas del Antiguo Testamento, ocho salmos, la epistola del Nuevo Testamento y el Evangelio. Esta disposición refleja una sola idea: en Jesús se cumplen las promesas y esperanzas de la antigüedad, en que Dios se manifestó y auguró la salvación a su pueblo. Además, se canta el Gloria, acompañado de campana, pues Dios que se reveló a los hombres de buena voluntad en el pesebre, hoy presenta glorioso a toda la humanidad. La profundidad de esta liturgia es muy grande, por eso, quedémonos con estos elementos, y comprometámonos a tener unos labios diligentes para anunciar la Buena Nueva a toda la Creación.
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