“Canten al Señor un cántico nuevo, cante al Señor toda la tierra. Honor y majestad le preceden, fuerza y esplendor están en su templo”. (Sal 95, 1.6)
La oración requiere de algunas actitudes fundamentales para facilitar el diálogo con Dios. En primer lugar, debe ser un encuentro de fe: evidentemente no cual es, pero sí lo sentimos y aceptamos su existencia; por lo tanto, desde la oración tenemos la plena certeza de que Dios está ahí presente, de que nos escucha y de que nos da a conocer su santa voluntad. Jesús dijo: "Donde dos o tres se reúnen para orar, allí estoy yo en medio de ellos"; esto quiere decir que si hay alguien que escucha y responde, es Dios. En segundo lugar, la oración es una experiencia de vida; desde ella debemos ver cómo vamos cambiando y tomando un ritmo más espiritual, y cómo las cosas de Dios nos atraen sin ningún tipo de esfuerzo. En tercer lugar, la oración es una experiencia de amor. Dado que Dios actúa en nuestra vida por pura iniciativa suya, nosotros solamente nos llenamos realmente por su amor, todo lo demás deriva de él. Cuanto más nos sentimos amados por Dios, más amor podemos transmitir a los demás. De esto podemos concluir que la oración es como una brújula que orienta nuestra vida e ilumina todo lo que en ella se presenta. La oración requiere de perseverancia ella debe ser nuestro alimento diario, unida a la Eucaristía y a la lectura de la Palabra de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario