"Portones! Alcen los dinteles; que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la Gloria" (Sal 23, 7)
Queridos hermanos, cada año celebramos la Natividad del Señor, por ende arreglamos nuestras casas, decoramos el árbol, hacemos el pesebre y rezamos la Novena en familia, con los amigos o en la parroquia. Todos los años compramos regalos, estrenamos ropa, comemos natilla y buñuelos, y así año tras año; pero este misterio de la Navidad puede correr el riesgo de caer en la superficialidad o en una mera tradición. Es triste que muchos católicos hagan todas estas cosas sin siquiera aparecerse por sus parroquias, buscando renovar sus vidas en el Sacramento de la Reconciliación y luego nutrirse con la Eucaristía. La Solemnidad del Nacimiento de Jesús no es solo la oportunidad para recordar la forma humilde y sencilla en la que nació el Hijo de Dios, sino también para que nuestra vida personal y familiar llegue a una verdadera conversión. Jesús nace y no espera encontrar casas decoradas con luces de colores sino que quiere encontrar corazones dispuestos a recibirlo; quiere familias dispuestas a olvidar sus diferencias para que experimenten perdón y reconciliación; quiere una sociedad en donde no prime el tener, sino la civilización del amor, en donde exista la prioridad por los más pobres y se luche por una paz estable y duradera. En estos días que nos faltan para iniciar el Tiempo de Navidad, aprovechemos el espíritu navideño que inunda nuestros corazones y conduzcamos nuestros pasos hacia los valores que nos enseñó el Señor y de los cuales es garante la Virgen María: el amor, el perdón, la misericordia, la caridad y la esperanza. El Evangelio nos ayudará a la edificación de familias realmente cristianas y de una sociedad en donde reine el Niño que nació en Belén y que nacerá en el pesebre de nuestro corazón si se lo permitimos, así como lo hizo la Madre de Dios.
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