Muy pronto vendrá el Señor, que domina los pueblos, y se llamará Emmanuel, porque tenemos a Dios-con-nosotros" (is 7, 14; 8, 10)
Ayer la Liturgia de la Palabra nos acercaba al misterio de la Anunciación de la Virgen María; en este sexto día de Novena, fijemos la mirada en su Virginidad, ya que en el Credo proclamamos que el Señor Jesús fue concebido por obra y gracia de Espíritu Santo. Al declarar que María es Virgen antes, durante y después del parto, reconocemos que el Señor Jesús no es únicamente el fruto de la naturaleza humana, sino que es la excelsa respuesta de la Voluntad divina. Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, por esto, Nuestra Señora es vista desde la antigüedad como signo de pureza, de integridad y de total entrega a Dios, de modo que todo su Ser y su obrar estaban consagrados al Padre. Nada hay en la Virgen María que no sea para cumplimiento de la Voluntad de Dios por tanto, comprender que la Virgen María es íntegra y pura, y que en Ella se encarnó el Hijo de Dios, nos da la esperanza de recibir el don de la salvación, pues si tenemos una vida conforme al Evangelio, el Señor Jesús, el Emmanuel, nos salvará y nos conducirá a la casa del Padre. Queridos hermanos, que la virginidad de María, testimonio de entrega total a Dios, nos enseñe a esperar al Salvador, buscando siempre ser heredad propicia para su venida al mundo. Cada uno de nosotros está en la posibilidad de encarnar los valores evangélicos, solo queda que nos comprometamos con la misión que nos presenta el Tiempo de Adviento.
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