La Fiesta de la conversión de San Pablo aparentemente surge en el siglo VI. Este apóstol, también llamado Saulo, nació en Tarso de Cilicia (Hch 22, 3). Era un judío de la tribu de Benjamín que se instruyó en la Ley de Moisés con el fariseo Gamaliel en Jerusalén. Hizo parte de la secta de los fariseos, por lo cual se convirtió en un perseguidor y enemigo de Cristo. Fue a Damasco a arrestar a todos los judíos que confesaran a Jesús, pero Dios decidió mostrar su misericordia y paciencia con Saulo cerca de Damasco: una luz del cielo brilló sobre él y sus compañeros, y lo cegó durante tres días. El Papa Francisco, en la homilía de la 50 semana de la Unidad de los Cristianos, dijo que "el encuentro con Jesús en el camino de Damasco transformó radicalmente la vida de San Pablo. A partir de entonces, el significado de su existencia no consiste ya en confiar en sus propias fuerzas para observar escrupulosamente la Ley, sino en la adhesión total de sí mismo al amor de Jesucristo crucificado y resucitado. De esta manera, él advierte la irrupción en una nueva vida, la vida según el Espíritu, en la cual, por la fuerza del Señor Resucitado, experimenta el perdón, la confianza y el consuelo. Pablo no puede tener esta novedad solo para sí: la gracia lo empuja a proclamar la Buena Nueva del amor y de la reconciliación que Dios ofrece plenamente a la humanidad en Cristo. Para el Apóstol de los gentiles, la reconciliación del hombre con Dios, de la que se convirtió en embajador (2Co 5, 20), es un don que viene de Cristo. Si vivimos este morir a nosotros mismos por Jesús, nuestro antiguo estilo de vida será relegado al pasado y, como le ocurrió a San Pablo, entramos en una nueva forma de existencia y de comunión. Con Pablo podremos decir: Lo antiguo ha desaparecido" (2Co 5,17).
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