Hermanos, estamos en la semana más importante, no solo del año litúrgico, sino también de nuestra vida como cristianos, razón por la cual, y sin dejar de lado lo que vivimos durante la Cuaresma, vale la pena contemplar con delicadeza lo que Dios nos quiere decir a través de su Palabra, porque desde ya nos está llamando a asumir nuestra tarea como siervos; es decir, como servidores del Servidor. Nos ponemos a los pies del Maestro para servirlo, para adorarlo, para dejarle todas nuestras miserias y para descubrir en Él el sentido de la donación. Así respondemos a la invitación que nos hace Dios a abrir los ojos de los ciegos, a liberar a los cautivos de la prisión y a sacar de la mazmorra a los que habitan en tinieblas. La actitud del siervo sufriente no es lamentarse por cuenta de la adversidad, sino aprovechar la oportunidad para configurarse con Aquel que se hizo sacrificio, víctima y altar, aportando así a la redención del género humano. Dios tiene puestos sus ojos en sus siervos porque sabe que el servicio requiere de acompañamiento. No sin razón, Jesús quiso formar una comunidad, para que en su momento estos hombres asumieran la misión que Él sabiamente les dejaría como legado. Hermanos, no somos ajenos a la herencia de Jesús; nuestra condición de bautizados nos capacita para recibir instrucción a través de su Palabra, de su doctrina y de su testimonio. No dejemos pasar desapercibida esta Semana Santa, para que lo vivido, lo escuchado y lo contemplado susciten en cada uno de nosotros el deseo de servir y de darlo todo, como lo hizo año nuestro sabio Rey.
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