Queridos hermanos, hoy la Iglesia honra como mártires al grupo de niños víctimas del sanguinario rey Herodes, los cuales fueron arrancados de los brazos maternos en tierna edad para escribir con su sangre la primera página del libro de oro de los mártires cristianos. Para ellos, repetimos hoy las palabras del poeta Prudencio: "salve, oh flores de los mártires, que, en la alborada del cristianismo, fueron martirizados por el perseguidor de Jesús, como un huracán arranca las rosas recién brotadas. Ustedes fueron las primeras víctimas del tierno inmolado y, sobre el mismo altar, han recibido la palma y la corona". Herodes era muy celoso contra cualquiera que quisiera reemplazarlo en el puesto de gobernante del país; llevaba muchos años gobernando de manera cruel y feroz, y estaba resuelto a matar a todo el que pretendiera ser rey de Israel. Por eso la noticia de que acababa de nacer un niñito que iba a ser rey poderoso lo llenó de temor y dispuso tomar medidas desastrosas para terminar con ese miedo. Aquí se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías: "Una voz se oyó en Ramá, llanto y lamento grande. Raquel lloraba a sus hijos y no quería ser consolada, porque no existían" (Mt 2, 17-18). Hermanos, veneramos a estos Inocentes como mártires de los primeros siglos, y, puesto que fueron arrancados a la vida después de la venida al mundo de Cristo, los conmemoramos cerca de la Navidad. Que el recuerdo de estos mártires inocentes nos ayude a querer a los niños, a protegerlos y a ser limpios de corazón.
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