Reformular las Leyes del Corazón - Febrero 23

"Señor, yo confió en tu misericordia; alegra mi corazón con tu auxilio y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho". 
(Sal 12, 6)

La Palabra para este domingo nos desafía a ser santos y perfectos como lo es Dios nuestro Padre. Tanto la primera lectura como el Evangelio, nos dirán que se necesita comprender que Dios es santo y perfecto porque es Misericordioso con todos, incluso con aquellos que obran mal, y no actúa con violencia ni venganza para implantar justicia, porque ante todo busca la salvación del hombre. No significa que debamos ser permisivos, así como Dios tampoco lo es con su creación, pues con claridad le muestra dónde anida el pecado en su vida y le exige un cambio, pero le indica al agresor/pecador que con sus acciones se provoca a sí mismo un daño superior qué lo puede destruir. Es desde esta perspectiva que debemos entender la propuesta de Jesús en cuanto a ofrecer la otra mejilla, dar el manto o acompañar dos millas, puesto que son acciones que incrementarían la gravedad de la agresión y ponen en aprietos al violento, dejándolo a merced de sanciones graves para sí mismo. Por tanto, Jesús nos reta para reenfocar la lucha contra el mal: hacer el mayor bien a todos, pero detener con fuerza toda injusticia buscando maneras creativas para dejar al descubierto la vulnerabilidad del agresor y las consecuencias que le traería el mantenerse en su posición negativa. Eso nos hace santos como el Padre porque el objetivo no es el castigo, sino el rescate de la persona para que viva de manera sana y así evitar que acciones similares se vuelvan a repetir en el futuro. Este podría ser un buen ejercicio para la Cuaresma que pronto iniciaremos, pues el fin de la conversión es la santidad y la muestra de ello es la perfección en la misericordia.

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