"Inclina tu oído, Señor, escúchame. Salva a tu siervo que confía en TI. Piedad de mi, Señor, que a Ti estoy llamando todo el día".
(Sal 85, 1-3)
La liturgia de este domingo nos invita a redescubrir nuestra identidad y responsabilidad al interior del plan de salvación, en términos de nuestra relación con Jesús. El Evangelio nos presenta una escena muy conocida en la que Simón le revela a Jesús que lo ha descubierto como el Mesías e Hijo de Dios, y a su vez Jesús le expresa que ve a su discípulo como «piedra» cuya confesión de fe es Roca, y sobre esta fe Jesús construirá su Iglesia. De este modo, Jesús se muestra como el centro, Señor, arquitecto y único dueño de la Iglesia; por ello, el papel de Pedro y de todos los que seguimos a Jesús no es el de suplantarlo, sino el de garantizar que la construcción de comunidad que hace Cristo se mantenga fiel a Él. Desde esta perspectiva, debemos entender la expresión de «las llaves del Reino», pues Pedro, junto a todo el pueblo creyente, ha de esforzarse por ofrecer firmeza y cohesión a la Iglesia que Cristo construye, practicando la justicia y la misericordia. Es por esto que Dios, a través del profeta Isaías, dirá que su administrador ha de ser como un padre con su pueblo, es decir, acogedor, protector, firme y bondadoso. Partiendo de la certeza que el apóstol Pablo nos expresa de que el conocimiento de Dios es riqueza infinita, ¿hemos sabido compartir este conocimiento para ofrecer firmeza al pueblo de Dios? Para poder ha cerio de manera correcta, sigamos con atención los Evangelios de esta semana, pues Jesús nos hablará con claridad de aquellas incoherencias que podemos estar cometiendo y nos invitará a ser como las vírgenes prudentes, siempre listas para dar testimonio y favorecer el encuentro de la comunidad con el Señor.
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