"María, nuestra Reina, está de pie, a la derecha de Cristo, enjoyada con oro,
vestida de perlas y brocado".
(Cf. Sal 44, 10. 14)
Hermanos, hoy celebramos a la Santísima Virgen María como Reina de todo el universo. Los orígenes de la veneración de María como Reina podrían remontarse hacia el siglo V. El Papa san Juan Pablo II, en 1997, recordó que casi desde el mismo momento en el que el Concilio de Éfeso proclamó a María como la Madre de Dios, también la Iglesia comenzó a atribuirle el título de Reina; asimismo, en la Edad Media se invocaba a la Santísima Virgen María con los títulos de «Reina de los Cielos» o «Reina del Cielo», incluso se compusieron himnos y oraciones como la Salve. La celebración litúrgica propiamente dicha fue instituida por el Papa Pío XII en 1954, para resaltar y formalizar el sentir del pueblo cristiano, que reconocía la dignidad excelsa de la Virgen y la situaba por encima de todas las criaturas, en virtud de su Maternidad divina. De diversos modos, los cuatro Evangelios muestran que María aceptó con alegría ser la Madre de Dios; por ello, se vio adornada de diversas virtudes y recibió la gracia de la perfecta unión con Cristo, Rey del universo, razón por la cual la Iglesia no duda de su poderosa intercesión. El reinado de María es una participación en el Reinado supremo de Cristo en el amor y el servicio, y en su condición de Madre, se expresa en el auxilio, protección y consejo a todo aquel que recurre a su ayuda. Hermanos, ya que hoy proclamamos a la Santísima Virgen como Reina y Madre nuestra, hagamos de nuestra vida una muestra de obediencia y escucha atenta a su instrucción, pues María siempre nos conducirá hacia su Hijo para que podamos decirle junto Ella «Hágase en mí según tu Palabra».
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