“Alegrémonos todos en el Señor al celebrar este día de fiesta en honor de la Virgen María: de su Asunción se alegran los ángeles y alaban al Hijo de Dios".
(Ap 12, 1)
Hermanos, desde sus inicios, la Iglesia ha celebrado la vida de la Santísima Virgen María para poner de manifiesto su intervención en el misterio salvífico; por ello, toda fiesta y solemnidad mariana siempre nos remite a Cristo y de una u otra manera nos presenta en la figura de María la realización de todas las promesas que Dios hace a todo creyente. Con la Solemnidad de la Asunción de la Virgen, la Iglesia entera celebra que María fue incorporada en totalidad al proyecto salvifico del Padre por intermedio de Cristo, el cual fue iniciado cuando María se dejó habitar por la Presencia del Espíritu Santo para concebir en sus entrañas al Hijo de Dios. Con María asunta al cielo, se revela el feliz destino de todo aquel que cree en Jesús y se entrega a Él: vivir en la compañía de Dios y su amor eternamente. En el año 1950, el Papa Pio XII proclamó solemnemente el dogma de la Asunción de María, pero desde antiguo el Pueblo Santo de Dios creció con la convicción de que María habita en la Gloria de Dios y desde allí nos invita a caminar hacia el encuentro del Señor, tal y como lo afirman una serie de textos apócrifos que revelan la creencia popular en este gran misterio. Un ejemplo de estos textos lo podemos encontrar en diversos escritos de los cristianos coptos del siglo II ubicados en la región de Egipto, quienes, a partir de la creación de diálogos entre la Virgen con Cristo su relación con los apóstoles Pedro y Juan, expresan el profundo significado que para estas comunidades tenía el papel de María como Madre del Señor y modelo de la Iglesia, pues en ella se anticipa la Gracia reservada para todo aquel que sigue a Jesús.
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